«Gloria»
se había marchado, pero el cielo parecía estar más cerca del suelo en la ciudad
de Valencia.
El viento de poniente
barrió por completo la borrasca y dejó un día primaveral, impropio para esas fechas,
con una temperatura máxima de 24 grados centígrados; el cielo estaba despejado
casi en su totalidad y las aguas habían vuelto a sus respectivos cauces,
dejando un día perfecto para pasear, montar en bicicleta, deambular por la
Ciudad o, simplemente, ir a almorzar; como lo hicieron Los Dalton Buidaolles
aquella tibia mañana de viernes.
El
lugar elegido ese día era el restaurante El Racó, en el municipio de Meliana:
una población en la Huerta Norte que, como todas las de su entorno, aumenta
cada día su número de habitantes dada su cercanía a la capital, a las buenas
comunicaciones con la misma y al precio más bajo de la vivienda en estas zonas
de origen rural, pero que se transforman gradualmente en industriales y de
servicios.
«…Y
escondido tras las cañas duerme mi primer amor, llevo tu luz y tu olor por
donde quiera que vaya…»
Unos versos de «Mediterráneo»: la canción de Joan Manuel
Serrat que mejor refleja la esencia de la tierra bañada por este mar.
Atravesando
otros municipios huertanos por angostos caminos y vericuetos rurales; en los
que con dificultades caben dos coches al cruzarse, llegan Los Buidaolles hasta
El Racó y se refugian entre las cañas de bambú de su decoración. Un restaurante
que lleva más de 22 años ofreciendo una cocina mediterránea de calidad a un
precio muy aceptable. En un local de amplias dimensiones, reformado
recientemente con una decoración minimalista de cuadros abstractos, El Racó se
convierte en el lugar apropiado para celebraciones en grupo, en pareja o para
toda aquella persona que, casualmente, vaya de paso por la zona y necesite un
lugar acogedor para relajarse, mantener una conversación de negocios o,
simplemente, por el placer de saborear sus buenos arroces y all i pebres. No en
vano, este establecimiento ha sido galardonado con varios premios en diversos
concursos gastronómicos. La comodidad que ofrece el local en cuanto a su
acústica, a su climatización y a su mobiliario, hace que merezca la pena
visitarlo, aunque solo sea por su confort; uno de los pocos lugares en los que
un grupo de 10 personas pueden hablar y mirarse a la cara, debido a sus
espaciosas mesas.
Escondidos entre esas
cañas de bambú, Los Buidaolles degustan su habitual esmorzaret. Aquí hemos de
decir que el restaurante El Racó no se esmera en exceso; incluso cabe pensar
que este establecimiento da almuerzos, a un precio muy aceptable, como un
producto gancho para dar a conocer su excelencia en otros servicios de comidas
o cenas. Además de los elogios a las características del local, hemos de
mencionar el servicio eficiente de la camarera que nos atendió; con su agrado y
simpatía. Sin embargo, se echa en falta mayor variedad de productos para el
almuerzo, un bocadillo cuyo pan ese día presentaba un aspecto correoso o
trasnochado, y un cremaet que, a pesar de su buen equilibrio entre el azúcar y
el alcohol, carecía de los cítricos o de la canela en rama, algo que forma
parte de su ancestral receta. No obstante, su buen precio, el trato amable y
las características del local, ya hacen más que recomendable darse un paseo
desde la capital hasta estos pagos huertanos.
Aquel día, en
todas las tertulias no se hablaba más que del «Coronavirus»: el virus de origen asiático que estaba haciendo cundir
el pánico en todo el mundo por miedo a una pandemia.
También aquel día, unos
lloraban y otros celebraban con regocijo el adiós del Reino Unido a la Unión
Europea; ese «Brexit» en el que, tras
años de negociaciones infructuosas entre las partes, llegó el día de la ruptura
y de entonar esa canción del adiós que es casi un himno para los británicos, en
la que se invita a brindar por los viejos tiempos. El distanciamiento de un
pueblo que siempre nos ha seducido: por su literatura, por su música, por su
cine, por sus científicos; el RU nos ha sabido vender todo eso, e incluso,
hasta sus costumbres. Es como si esa persona, a la que siempre hemos amado, un
día nos abandonara olvidando todo lo vivido. Pero como ocurre con todo lo que
amamos, el tiempo es la mejor medicina para el olvido, y el que pone las cosas
en su sitio.
Aquel
día, al grupo de Los Buidaolles se había unido un «navajero», pero no por llevar navaja ni por la posibilidad de su
apariencia con el sentido más despectivo de la palabra, «navajero» porque era residente en el municipio de Navajas: una
localidad de la provincia de Castellón.
Un fin de semana que
apuntaba a ser radiante, Los Buidaolles se mostraban en la foto «a verlas venir», pues el astro sol
estaba dispuesto a proporcionarnos, de forma gratuita, la vitamina «D», tan importante para nuestro
esqueleto.
Darío Navalperal