Miles
de copos de algodón se divisaban en las alturas, unidos entre sí cual rebaño de
ovejas que viajaban hacia ninguna parte, aquella tibia mañana en la que
todo parecía indicar un cambio de clima inminente.
Los
cirrocúmulos no llegaban a tapar el sol en su totalidad aquel viernes de enero,
en el que Los Dalton Buidaolles se dirigían al Bar Nuevo Oslo.
En la calle Doctor Sanchís Sivera, muy próxima a la avenida de Fernando el Católico -una céntrica arteria de la ciudad de Valencia-, el tráfico y los viandantes ocupan el espacio, siendo testigos, y a veces víctimas, del agobio y de la prisa… del pulso de lo cotidiano. No obstante, a determinadas horas de la mañana: empleados de banca, funcionarios, dependientes de comercio, policías, jubilados, profesores… se olvidan por unos momentos de las cifras, de los clientes, de los cacos, de recoger a los nietos del cole, de los alumnos… y se relajan durante unos minutos, ante una pinta de cerveza y con el
placentero esmorzaret que ofrece el Bar Nuevo Oslo.
Este
establecimiento sorprende, a determinadas horas de la mañana, con ese amplio
surtido de productos perfectamente expuesto, y acondicionado en unos
expositores que mantienen todo a la temperatura idónea y preserva de los
gérmenes de transmisión aérea. Longanizas, chorizos, morcillas, queso en
aceite, pisto, ensaladillas… junto a otros más selectos tales como secreto
ibérico en salsa carbonara o calamares de La Patagonia; podemos encontrar en
este local de no grandes dimensiones, en el que coger mesa a determinadas horas
de la mañana exige esperar a que otros comensales la dejen libre.
Se trata del típico bar en un casco urbano muy masificado, al que es mejor acudir a pie, en bicicleta o en patinete, pues aparcar en las
inmediaciones puede resultar misión imposible.
Supuestamente
mejorable debe ser el pan del bocadillo que, aunque tierno, resulta algo
acartonado. También el cremaet, en el que el exceso de azúcar le anula los aromas
del café y de los cítricos, aunque su preparación es muy esmerada y suele
hacerse a la vista de los clientes.
El
bar está decorado por secciones temáticas inconexas entre sí; lo mismo dedica
un tributo a Julio Iglesias que a Miguel Indurain; a las Fallas, a los comic de
Mortadelo y Filemón o al deporte del tenis. Y todo ello presidido por Raulín,
el retrato del dueño del local disfrazado de general del ejército ruso. El
surrealismo inunda un local en el que su propio nombre «Nuevo Oslo» en nada nos
recuerda a la ciudad escandinava.
En resumen, el tiempo pasa rápido en un establecimiento donde el sentido del humor rezuma de sus paredes y del propio excusado; en el que el espejo tiene la forma de un televisor antiguo, resultando llamativo en un lugar tan frecuentado cuando la rubia cerveza pide paso en la uretra.
recuerda a la ciudad escandinava.
En resumen, el tiempo pasa rápido en un establecimiento donde el sentido del humor rezuma de sus paredes y del propio excusado; en el que el espejo tiene la forma de un televisor antiguo, resultando llamativo en un lugar tan frecuentado cuando la rubia cerveza pide paso en la uretra.
El
tiempo transcurría entre el agobio, el estrés y la prisa… cual gacela en la
sabana perseguida por un león, pero por aquellos pagos solo circulaban coches y motos a «todo trapo». Sin embargo, para Los
Buidaolles el reloj se paraba en aquel hedónico momento de asueto, cuando la
tertulia y la risa les hacía llegar a la dimensión del placer.
Aquel
día, en el que Carlos Sainz, a sus 57 años, ganaba su tercer Dakar, se hablaba
sobre todo de esto y del accidente ocurrido en la petroquímica de Tarragona,
donde la tapadera de un reactor salió disparada,como si se tratara de un obús, destrozando un
edificio y matando a un hombre que se encontraba en la paz de su hogar.
También
se habló ese día de la afición -o negocio, según se mire-, de la filatelia, y
la sobrevaloración que, en algún momento de nuestra reciente historia, ha
puesto en peligro la economía de algunos inversores y ahorradores.
Otro
tema que aparecía en los titulares de la presa era el fallo de un juzgado de lo
penal de Madrid en el que se condenaba al empresario Jaime Botín a 18 meses de
cárcel, y al pago de 52 millones de euros por el intento de sacar fuera de
España, de contrabando, una obra de Picasso denominada «Cabeza de mujer joven». Dicha
obra, a pesar de ser de su propiedad, estaba considerada como patrimonio
histórico español y, en su momento, no fue autorizada a ser subastada por su propietario en una
galería londinense.
…Y
todo esto en un día en el que, como cada viernes, Los Dalton Buidaolles
saludaban el fin de semana.
Darío Navalperal
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