viernes, 15 de noviembre de 2019

Bar-restaurante Vent de Nit, camino a la mar, 53, Alboraya,Valencia (15-11-2019)


          El viento gélido de las cumbres blanquecinas de la Sierra Calderona barría la Ciudad, con temperaturas que no superaban los 12 grados, cuando Los Dalton Buidaolles se dirigían a almorzar al Bar-restaurante Vent de Nit.

             
Sin embargo, el viento no era capaz de mover esa nave varada en el tiempo y hallada en el interior de un local. Una nave que hace más de dos décadas pudo ir a la deriva empujada por el viento de la noche, pero que resurgió de un océano tempestuoso en lo económico, y, alumbrada por el faro de la gastronomía, parece haber llegado a buen puerto.

El establecimiento Vent de Nit hace más de veinte años que se creó en una zona poligonera que le ha ido ganando espacio a la frondosa huerta de la localidad de Alboraya. En sus orígenes comenzó siendo un pub nocturno o bar de copas –de ahí el significado de su nombre–, no obstante, debido a la proliferación de este tipo de negocios; unido a los cambios de costumbres y modas, tuvo que reinventarse y dedicarse de lleno a la restauración. Almuerzos, comidas y cenas se pueden degustar en este original local, abierto desde el amanecer hasta las 3 de la madrugada.


Un velero de un solo mástil, cuyo elíptico casco –hecho de obra– se usa a modo de mostrador, al fondo del cual existe una cocina abierta que muestra toda su actividad. Cuenta con un gran aforo, y el techo, de más de 6 metros de altura, proporciona una buena acústica, permitiendo oír lo que se habla, aunque el nivel de decibelios sea muy elevado. Todas las paredes están decoradas con motivos marinos.

           La variedad que ofrece para el almuerzo da la posibilidad de combinar el bocadillo con productos del mar, de la granja y de la huerta, todo ello con un servicio rápido y organizado. Los bocadillos de carne de caballo con ajetes tiernos, el pollo con cebolla y ajetes tiernos, la tortilla de patatas con calamares y all i oli… entre otros productos, se pueden degustar aquí; es de admirar la calidad del all i oli, el cual sirven en plato aparte y presenta un gran espesor y consistencia.  Sin embargo, la carne de caballo ese día estaba algo dura y los calamares correosos. En un restaurante tan cercano al mar se echan de menos más y mejores productos procedentes del mismo.


No obstante, merece la pena darse un paseo de unos cuantos kilómetros entre sembrados y alquerías para ir al Bar-restaurante Vent de Nit, aunque solo sea por su decoración.

Hacía menos de una semana que se habían celebrado las elecciones generales y en todas las tertulias se comentaba el pacto de gobierno entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, pero este trillado tema no fue muy tocado en la tertulia de Los Buidaolles. Se habló de otras cosas tales como la inundación, más de lo habitual, de Venecia; pues la marea había subido como no lo hacía desde algo más de 50 años. Llamativo resultaba observar a miles de turistas caminando por la plaza de San Marcos con el agua hasta las rodillas, y una pena ver cómo el agua llegaba hasta el interior de importantes museos poniendo en peligro numerosas obras de arte.

En la huerta de Alboraya todavía quedan alquerías habitadas por los agricultores propietarios de las mismas, además de otras ocupadas por los «sin techo». En esta zona que da al polígono industrial y al Bar-restaurante Vent de Nit, la paz se acaba para algunos residentes, quienes añoran el entorno rural de otra época a punto de desaparecer; la ingente cantidad de vehículos que llegan al polígono y al propio restaurante aparcan en cualquier hueco que encuentran, incluso delante de las viviendas de los lugareños, que no están acostumbrados a ello a pesar de que sus puertas nunca han exhibido la señal de prohibición o vado.  Un hombre indignado entró en el establecimiento preguntando que de quién era el coche que había aparcado junto a la verja de su casa y le impedía sacar el suyo propio. El mismo resultó ser de uno de Los Buidaolles, quién al no ver la señal de prohibición ni la apreciación de garaje alguno, optó por aparcar allí. Los toscos modales del huertano abroncando al interpelado, aun no llevando la razón, no dejaban de poner de manifiesto su rabia contenida por esa pérdida de identidad del entorno rural, que languidece día a día a causa de los impactos de las infraestructuras y del mundo sobre ruedas.


Darío Navalperal

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