En la gran Ciudad, el pulso de
lo cotidiano se dejaba sentir en el bullicio de las calles del centro
urbano. También en el tráfico - tanto subterráneo
como superficial -, en el nivel de decibelios producido por las sirenas, y en
los comercios y bares de las manzanas de edificios que se concentran en algunas
calles como la de Ángel Guimerá.
Las
aceras ahora habían cambiado el jacarandoso color malva de su tapiz, por el
amarillo de las flores de acacia y el rojo de las de eucalipto ornamental. Era
el segundo día de verano que se presentaba, ya a las diez de la mañana, con la
amenaza de la temperatura de batir el record anual; a la misma hora en que Los
Dalton Buidaolles, como de costumbre en viernes, visitaban la Cervecería
Guimerá, de la calle Ángel Guimerá, 20, de Valencia.
No podían faltar ese
día a su cita, pues ya el viernes anterior, a consecuencia de otros eventos
también gastronómicos, no acudieron al habitual encuentro.
Esta
vez el establecimiento que visitaban se localiza en el casco urbano de
Valencia, eso sí, a extramuros de lo que fue la muralla cristiana, pero con una
gran superpoblación. La Cervecería Guimerá está en la calle a la que le da el
nombre el gran escritor, considerado el máximo exponente del resurgimiento de
las letras catalanas, Ángel Guimerá. Un escritor de madre canaria y padre
catalán, que nació en Santa Cruz de Tenerife aunque se crió en Cataluña.
La
Cervecería Guimerá, a pesar de tener muy buena crítica, no es, ni de lejos, de
los mejores lugares de la Ciudad para almorzar. Está ubicada en una calle donde
es imposible aparcar - ni en ella ni en las calles aledañas -. Por otra parte, se trata de un local de pequeño aforo que
puede llenarse en cualquier momento, sin que merezca la pena esperar a que se
quede mesa libre. Sin embargo, hay que alegar en su defensa, que esta opinión
fue altamente rebatida por otros Buidaolles de estómagos agradecidos, quienes mostraban
su aquiescencia o conformidad con las viandas recibidas. Es que después del buen paseo en bici o a pie
hasta llegar al lugar, los jugos gástricos llegaron a alterarse tanto, que todo
lo que se le echaba a la boca entraba cual vertido en taza de excusado.
No obstante, algunos bocadillos como el de sangre encebollada con
pimientos o el de habitas con chipirones, tenían buena pinta, aunque, en este
último caso, las habitas fueran habas de buen tamaño, como puede apreciarse en
la foto. No podemos decir lo mismo del
bocadillo de rabas con all i olli: un producto de textura tan elástica cual
goma de mascar, dentro de un pan correoso y de arrebatada cocción.
Eso sí, en
cuanto al servicio, nada que objetar: rapidez
y trato exquisito fueron sus notas predominantes.
La
noticia de ese día era el comienzo de los Juegos Olímpicos del Mediterráneo en
la ciudad de Tarragona. La polémica estaba servida, pues no estaba claro cómo
iban a recibir al Rey los partidos independentistas catalanes.
Ese
mismo día se produjeron manifestaciones, en distintas ciudades de España, en
protesta por la decisión judicial de excarcelar a los miembros de “La Manada”, concediéndoles la libertad
provisional, bajo fianza de 6.000 euros, a cada uno de los cinco. Esto fue algo difícil de entender por casi
todos los sectores de la población; partidos políticos, sindicatos,
asociaciones feministas… abogaban por la modificación del derecho penal. Sin
embargo, la presión social y mediática hacia las decisiones judiciales eran
palpables, sin llegar a profundizar en el papel del tercer poder del Estado, el
cual consiste en interpretar las leyes, sin la posibilidad de cambiarlas.
Aquel
día también fue noticia entre los Buidaolles el hecho de que, en la tarde del
día anterior, un tal “Darío Navalperal”
había presentado una novela llamada “El
eslabón roto”, a la que habían asistido de forma mayoritaria. La pregunta
era: ¿pasaría sin pena ni gloria como tantas otras operas primas de autores que
no llegan ni a ser conocidos en su propio barrio, o, por el contrario, sería un
globo sonda para futuras publicaciones? El tiempo lo diría. De momento el libro
podría servir para decorar una estantería, descubrir alguna que otra intimidad
oculta del propio autor o, simplemente, para tapar algún desconchón de la pared
del comedor que no puede cubrir el mueble-bar.
En
la noche de aquel día, todos ellos acudirían al anual acto de graduación del
CIPFP Ausiàs March y a la posterior cena de profesores, con lo que se debían
evitar los excesos mañaneros. No obstante, aquel día había que hacer una
excepción, pues uno de
Los Buidaolles, el más próximo a la jubilación, tuvo el gusto y la
generosidad de pedir una botella de cava y brindar a la salud de todos, por los
buenos momentos vividos con la banda a lo largo del año, y por los que le
quedaban por vivir; pues la jubilación no significa la salida de este club
gastronómico-social en el que, más allá de la relación de trabajo, predomina la
amistad.
Darío Navalperal