Cirros,
cúmulos y estratos eran impulsados a gran velocidad, ensombreciendo la ciudad
de Valencia, el jueves día 15 de marzo de 2018 cuando los artistas falleros y
operarios de montaje se afanaban en colocar sus obras de arte en las numerosas
calles de su casco urbano y de algunos municipios limítrofes. Pero no llovió, y
el día se presentaba muy benigno para pasear, disfrutar del colorido
espectáculo y visitar algunos templos gastronómicos localizados dentro del
itinerario de obligada visita, pues las estrechas calles y cerradas plazuelas
peatonales proporcionaban el microclima y aislaban de los molestos rigores de
intermitentes rachas de viento.
Un
año más Los Dalton Buidaolles decidieron pasar el día completo y parte de la
noche en ese recorrido gastronómico-cultural que ya se está convirtiendo en un obligado
acto de culto.
Se iniciaba la
jornada con el encuentro a las 9:30 horas en el Bar-Restaurante Rojas-Clemente,
en la plaza homónima y en el número 1A, dentro del propio recinto del mercado
de abastos. La zona toma el nombre del ilustre botánico del siglo XVIII, que
nació en Titaguas (Valencia). El mencionado establecimiento es un recinto de
muy reducido aforo; puede que estuviera diseñado para dar un servicio en
exclusiva a los comerciantes y trabajadores del propio mercado. Sin embargo, debido
a su excelencia culinaria – como así se lo reconoce Trip Advisor -, este
pequeño local se desborda de clientela a la hora del almuerzo. Una gran calidad
presentan todos sus productos,y si hubiera que destacar alguno mencionaríamos las
croquetas de bacalao o las torrijas de chocolate. En sentido negativo hay que
decir que no es un sitio para relajarse ni para charlar, pues el nivel de
decibelios impide cualquier tipo de conversación. Como suele ocurrir en todos
los establecimientos con cierta fama y prestigio, la gran afluencia de público
esperando su turno para ocupar mesa, hace que, de manera inconsciente, tengas
que deglutir con cierta rapidez y no te da mucho tiempo a saborear las
suculentas viandas. Pero, a pesar de estos inconvenientes, es un lugar muy
recomendable para el almuerzo por su extraordinaria relación calidad-precio.
Como había que bajar
todo lo ingerido, Los Buidaolles iniciaron la ruta fallera visitando en primer
lugar la cercana Plaza del Pilar, cuya falla fue fundada en 1953, en sección
especial desde hace 58 años, ganando el primer premio 16 veces y la última fue
en el año 2015.
Aquí podemos ver a
algunos Buidaolles posando de espaldas a la falla y al ninot de Audrey Hepburn.
Posteriormente irían a pie hasta el cruce de las calles Convento Jerusalén y
Matemático Marzal, a la falla que cuenta con 120 años de antigüedad y que este
año representa a la naturaleza a través de un bosque de dos caras; un contraste
entre las personas quienes disfrutan de la naturaleza y quienes se encargan de
la deforestación. También dedica un espacio a la política en la que aparecen
los personajes que más notoriedad han tenido en el último año; tanto a nivel
local, nacional e internacional. En este sentido, podemos ver, por ejemplo, al
presidente y vicepresidenta de la Generalitat representados como “los guerreros de la Albufera”,
navegando sobre dos cisnes para conseguir mejor financiación autonómica.
También se caricaturiza a Oriol Junqueras como un pastor que guarda unas
ovejas, cuyo perro tiene la cabeza de Puigdemont. En el plano internacional,
como no podría ser de otra manera, destaca Donald Trump con rostro amenazante y
con un gran arma al hombro.
Continuaron después
el recorrido en dirección al barrio más fallero de Valencia, cual es Ruzafa; la
zona donde más fallas por kilómetro cuadrado hay. Allí visitaron la que se
encuentra en el cruce de las calles Cuba y Literato Azorín, una falla que
destaca por su espectacular alumbrado, el cual obtiene el galardón del primer
premio casi todos los años. También, dentro del mismo recorrido, visitaron las
de Conde Altea y Almirante Cadarso, entre otras. En el momento en que se
redacta esta crónica se sabe que la falla ganadora en 2018 ha sido la de
Convento Jerusalén-Matemático Marzal, quedando en segundo lugar la de
Cuba-Literato Azorín.
El cielo se había
despejado de nubes gracias al dios Eolo, amainando también las fuertes rachas
de viento que habían azotado a toda la comarca, justo en el momento en que Los
Buidaolles acudían a la plaza del Ayuntamiento para presenciar la mascletá de
las dos de la tarde. El cansancio se
dejaba notar hasta en los más incombustibles andarines, siendo menester la
típica sentada cual pandilla adolescente, poniendo sus posaderas en los
bordillos de aceras que quedaban por cubrir. Aquí les podemos observar con
semblante risueño y reponiendo energías para lo que después vendría.
Una
vez concluida la mascletá se dirigieron de nuevo al casco viejo de la Ciudad; a
la plaza del Tossal, en concreto, a la calle Quart, 2, donde se encuentra el
Restaurante “El Celler del Tossal”, nombre
que traducido al castellano significa: “La
bodega de la colina”. Resulta sorprendente la denominación de colina a la
plazuela de una ciudad casi plana en su totalidad, no obstante, tal vez sea
esta la zona de más elevación del recinto histórico que en diversas etapas
estuvo rodeado por tres murallas que han protegido a la Ciudad con un perímetro
creciente: la primera de ellas la muralla romana, la segunda la muralla árabe y
la tercera la cristiana o medieval. En la actualidad, ninguna de ellas
permanece en su totalidad, pues las edificaciones las han ido absorbiendo
quedando ahora, en pie y restauradas, algunas puertas que forman parte de los
símbolos con los que se identifica a Valencia y a los valencianos. Un ejemplo
de ello son las Torres de Serranos o las Torres de Quart, pues son dos de las
doce puertas por las que se podía acceder al espacio intramuros de la
superficie fortificada, construída por Pedro IV de Aragón “El Ceremonioso” en
el año 1370, siendo derribada en el siglo XIX por orden del Gobernador Civil
Cirilo Amorós.
A
pesar del suculento almuerzo que se habían metido entre pecho y espalda,
después de la gran caminata, Los Buidaolles acudían al Restaurante El Celler
del Tossal con un apetito voraz. En ese marco histórico incomparable del sótano
del edificio en el que ubica el comedor del restaurante, se puede observar,
detrás de un cristal, restos de lo que en su día fue la muralla árabe. El
custodiado muro continúa hasta los mismos aseos, dando la impresión cuando
estás haciendo aguas menores, que lo haces contra la propia reliquia milenaria,
aunque en realidad lo estés haciendo en el urinario.
El silencio del
local, unido a la suave música ambiental, hacía del establecimiento el lugar
idóneo para relajarse, charlar y degustar los sabrosos y artísticos platos que
ofrecía su carta. La buena presentación de los mismos era acompañada del agrado
y simpatía de sus camareros, quienes se mostraron atentos y solícitos en todo
momento.
Cabe hacer mención a
algunos manjares que allí se degustaron, tal fue el caso de los entrantes: “Caballa en escabeche sobre empedrat de
judiones” o “Terrina de carrillera
ibérica con trintxat de col y encurtidos”. Sin olvidar esa croqueta ibérica,
obsequio de la casa, en la que se notaban los taquitos de jamón ibérico y se
podía paladear su inconfundible sabor. En cuanto a los platos principales, aquí
no se optó por el minimalismo, pues la envergadura y capacidad de las cazuelas
daba lugar a que se pudiera repetir de los mismos, e incluso dar a probar a quienes
habían optado por pedir otra cosa distinta.
Los platos pedidos fueron: “Arroz meloso marinero con espinacas” y
“Caldereta de pulpitos y chipirones”. Las cazuelas desprendían un aroma tan
embriagador que producían un efecto seductor en los comensales, quienes
quedaban abducidos por el mismo, con los jugos gástricos recorriendo una parte
importante de su aparato digestivo. En esta foto podemos observar a tres de Los
Buidaolles en ese estado. Y no, no era
la figura de la guapa y esbelta camarera lo que les mantenía hipnotizados, era
el movimiento de su muñeca a la hora de servir los platos; un arte ceremonioso
que despertaba los instintos de los practicantes de la gula o de los -en este
caso- Buidaolles, quienes, haciendo honor a su nombre, estaban dispuestos a ponerle
fin a esa suculenta olla. Todo ello fue regado además con algunos caldos de
Requena y de Cullera, los cuales maridaban bastante bien con los diversos
platos.
Pero aún quedaban los postres y
el café. Los postres más pedidos fueron: “Bizcocho
de yogurt con calabaza y frutos secos” y “Plátano con chocolate y café”. Ambos
con ese toque de sabor no excesivamente dulce, pero que entraba con facilidad a
pesar de todo lo ingerido anteriormente.
Todo ello, unido al sonido crujiente de alguno de sus ingredientes,
producía un deleite en el que intervenían de los cinco sentidos.
Una vez concluida la comida, sobre las cinco de la tarde, había que
continuar la ruta cultural siguiendo el recorrido o línea imaginaria de
la muralla árabe, o, mejor dicho, siguiendo los restos que aún quedan de la
misma; como por ejemplo, algunos torreones adosados a viviendas y diversos
edificios civiles. Aquí podemos ver como
estas construcciones se han realizado a partir la propia muralla. En este recorrido llegaron hasta el Portal de
la Valldigna, del año 1400, que separaba la ciudad cristiana de la morería de
Valencia.
En el mismo circuito cultural,
aún quedaría tiempo para visitar la falla de “Na Jordana” y “The Corpus
museum” o “The house of rocks”. El museo
del Corpus o Casa de las Rocas, data del siglo XV. Fue construida con el
fin de que sirviera de albergue a los carros y demás útiles que acompañaban a
la procesión del Corpus. Se le llama rocas a las once estructuras de madera con
forma de barco antiguo que portan grupos escultóricos referidos a pasajes
bíblicos y son arrastradas por caballerías. También se les llama carros
triunfales. Su origen se remonta al año 1373, y han sido construidas desde
entonces hasta nuestros días.
El paseo cultural concluyó en las Torres de Serranos, monumento que
representa uno de los símbolos de la Ciudad y que se construyó para que
sirviera de puerta y fortificación de la muralla medieval. Sus usos como
prisión, como en el caso de las Torres de Quart, hizo que sobrevivieran al
desmantelamiento de la muralla.
Se hizo la noche y Los Buidaolles
buscaron alguna terraza donde poder tomar algún digestivo como el gintonic y
seguir charlando sobre los acontecimientos del día. En la calle Cobertizo de
Santo Tomás, 7 está el Bar-Restaurante “La
Bernarda”, un lugar tranquilo en una calle o plazuela cerrada al tráfico,
donde además de tomar una copa, también se puede almorzar, comer o cenar.
Por último, y para cerrar un magnífico día, se hacía inevitable la
visita a la churrería más antigua de la ciudad. Con sus 126 años de historia,
el vetusto establecimiento de la churrería-horchatería “El Collado”, en la plaza del Dr. Collado, 13, ofrece unos de los
mejores buñuelos de la Ciudad, con una buena relación calidad-precio. Pero lo
más importante de este local es que mantiene aún esa decoración de hace más de
un siglo, transportándote a ese ambiente que se respiraba en un lugar tan
cercano al mercado central de Valencia. Con su aforo al completo, la gente
debía de hacer cola a la entrada para poder ocupar mesa.
Más de las 10:30 de la noche eran
cuando Los Dalton Buidaolles optaron por retirarse y dar señales de vida en sus
respectivos aposentos y entornos familiares. En un día en el que, algunos de
ellos, tendrían que buscar una buena justificación de su ausencia o recompensar
a sus respectivas parejas con otras salidas nocturnas al teatro, al cine, a la
ópera… o simplemente a la verbena fallera.
José
González Fernández