domingo, 4 de marzo de 2018

Bar-Cafetería Plaza, carrer de l’Almodí, 12.Valencia. (03-03-2018)

       La mañana amaneció con fuertes rachas de viento procedente del suroeste, aunque el cielo, totalmente despejado, dejaba proyectar los rayos de un tibio sol en el centro histórico de la ciudad de Valencia, en ese sábado día tres de marzo, cuando las tracas y petardos retumbaban en sus angostas calles y en sus monumentos más emblemáticos. Era una clara señal de que las fiestas más celebradas en la ciudad estaban ya muy cerca.

            El viernes de esa misma semana, Los Dalton Buidaolles ya habían ido a almorzar a un bar poligonero de Catarroja, pero decidieron ir también el sábado por disfrutar del ambiente fallero y porque iban a ver la tercera mascletá desde un lugar privilegiado: el salón comedor de la casa de uno de ellos, cuyo balcón daba justo a la misma plaza del Ayuntamiento. Un día de fiesta que se preveía completo, ya que, después de almorzar, visitarían ese casco histórico… esa zona de la ciudad donde empezó todo.

        
    Habían elegido para almorzar el Bar Cafetería Plaza, junto a la plaza de la Almoina, centro histórico de Valencia, la más antigua, y el lugar donde se fundó la ciudad en el año 138 a.C. Recibe su nombre debido a la desaparecida casa de la limosna (almoina en valenciano), una institución medieval de carácter benéfico que repartía comida y permitía el sustento material entre los más necesitados. En su lugar existe en la actualidad el Palacio Arzobispal, junto a la Catedral y la fachada trasera de la Basílica de la Virgen, lo que fue una basílica visigótica convertida después en mezquita y posteriormente en templo cristiano. La Plaza fue el origen de una ciudad romana, cuyas ruinas se pueden contemplar en un museo al aire libre sobre el que se ha construido una alberca, cuyo suelo acristalado permite ver dichas ruinas. El conjunto museístico es de reciente de construcción y su interior puede visitarse.

 También hay que mencionar el mausoleo cruciforme en memoria de San Vicente Mártir, cuya cripta está abierta al público.

            La ciudad de Valencia – cuyo nombre original fue Valentia y en época musulmana Balansiya – fue fundada por colonos sobre una de las terrazas del río Turia. Su núcleo principal estaba en torno a la actual Plaza de la Virgen, formada por el cruce de dos calles: Cardo, desde el norte hasta el sur, y Decumano, desde el este al oeste. Llegó a alcanzar su máximo desarrollo y esplendor en la época musulmana, pero fue en la conquista de la ciudad por Jaime I cuando se creó la casa de la Almoina.
 
            El Bar-Cafetería Plaza es un local de pequeño aforo en su interior; tan solo para unas quince o veinte personas, pero con una amplia terraza, donde resulta muy agradable almorzar, comer o cenar. Muy frecuentado, debido al lugar tan turístico en el que se halla. Sin embargo, su concurrencia de público no solo se debe a su estratégica localización, también a la calidad de sus productos y a su servicio: su tortilla de patatas recién hecha – posiblemente la mejor hasta el momento probada -, sus albóndigas caseras con tomate, sus croquetas caseras de caldo de cocido y sus bocadillos de chivito, hacen de este bar un lugar selecto, en la zona más visitada de la ciudad. Si hubiera que poner algún “pero”, diríamos que en este establecimiento no sirven cremaet, posiblemente por el tiempo que lleva hacerlo en el acto. También el precio del almuerzo resulta algo más caro que en otras zonas de la ciudad, aunque esto pudo ser debido a que ese día era festivo, es posible que los días laborables esté más adaptado al nivel económico de sus clientes: funcionarios y empleados de comercio de la zona. 

            Pero la fiesta no acababa ahí, continuaría, cómo no, en casa de Mati y Nelo, que como cada año hacen gala de su hospitalidad e invitan a todos Los Buidaolles y sus respectivas parejas a presenciar, desde ese lugar privilegiado que es el balcón de su casa, una de las mascletás previa a Las Fallas. Ese disparo pirotécnico que conforma una composición ruidosa y rítmica, cuyo objetivo no es otro que el de estimular el cuerpo a través del los sentidos del oído y del olfato, pues el penetrante olor a pólvora es capaz de transportarte a la añoranza de la niñez o de la adolescencia, rememorando esos momentos únicos.

            Momentos únicos los que también vivieron Los Buidaolles ese mágico sábado. Sentados todos alrededor de una gran mesa en la que no faltaba de nada: ensaladilla rusa, empanadas, esgarraet, mojama, tortilla de patatas, jamón ibérico, frutos secos… y sobre todo cava de distintos puntos geográficos. Un vino espumoso que les invitaba a brindar por la amistad, por la relación, por la complicidad de un grupo de compañeros y, sin embargo, amigos que han encontrado la mejor receta terapéutica de todos los males: la risa. El enaltecimiento de la amistad que se refleja en la necesidad de reunirse todos los viernes y en determinados momentos excepcionales como el de ese sábado. 

            Las improvisadas canciones a la guitarra que, a coro, todos fueron capaces de cantar, crearon un clima de “buen rollo” y desinhibición que les transportaba a otra dimensión. Esa dimensión a la que la amistad es capaz de llevarte y crear una fuente de alegría, fuerza, salud y bienestar.




José González Fernández

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