El
viernes de esa misma semana, Los Dalton Buidaolles ya habían ido a almorzar a
un bar poligonero de Catarroja, pero decidieron ir también el sábado por
disfrutar del ambiente fallero y porque iban a ver la tercera mascletá desde un
lugar privilegiado: el salón comedor de la casa de uno de ellos, cuyo balcón
daba justo a la misma plaza del Ayuntamiento. Un día de fiesta que se preveía
completo, ya que, después de almorzar, visitarían ese casco histórico… esa zona
de la ciudad donde empezó todo.
También hay que mencionar el
mausoleo cruciforme en memoria de San Vicente Mártir, cuya cripta está abierta
al público.
La
ciudad de Valencia – cuyo nombre original fue Valentia y en época musulmana
Balansiya – fue fundada por colonos sobre una de las terrazas del río Turia. Su
núcleo principal estaba en torno a la actual Plaza de la Virgen, formada por el
cruce de dos calles: Cardo, desde el norte hasta el sur, y Decumano, desde el
este al oeste. Llegó a alcanzar su máximo desarrollo y esplendor en la época
musulmana, pero fue en la conquista de la ciudad por Jaime I cuando se creó la
casa de la Almoina.
El Bar-Cafetería
Plaza es un local de pequeño aforo en su interior; tan solo para unas quince o
veinte personas, pero con una amplia terraza, donde resulta muy agradable
almorzar, comer o cenar. Muy frecuentado, debido al lugar tan turístico en el
que se halla. Sin embargo, su concurrencia de público no solo se debe a su
estratégica localización, también a la calidad de sus productos y a su
servicio: su tortilla de patatas recién hecha – posiblemente la mejor hasta el
momento probada -, sus albóndigas caseras con tomate, sus croquetas caseras de caldo
de cocido y sus bocadillos de chivito, hacen de este bar un lugar selecto, en
la zona más visitada de la ciudad. Si hubiera que poner algún “pero”, diríamos
que en este establecimiento no sirven cremaet, posiblemente por el tiempo que
lleva hacerlo en el acto. También el precio del almuerzo resulta algo más caro
que en otras zonas de la ciudad, aunque esto pudo ser debido a que ese día era
festivo, es posible que los días laborables esté más adaptado al nivel
económico de sus clientes: funcionarios y empleados de comercio de la
zona.
Pero
la fiesta no acababa ahí, continuaría, cómo no, en casa de Mati y Nelo, que
como cada año hacen gala de su hospitalidad e invitan a todos Los Buidaolles y
sus respectivas parejas a presenciar, desde ese lugar privilegiado que es el
balcón de su casa, una de las mascletás previa a Las Fallas. Ese disparo
pirotécnico que conforma una composición ruidosa y rítmica, cuyo objetivo no es
otro que el de estimular el cuerpo a través del los sentidos del oído y del olfato,
pues el penetrante olor a pólvora es capaz de transportarte a la añoranza de la
niñez o de la adolescencia, rememorando esos momentos únicos.
Momentos únicos los
que también vivieron Los Buidaolles ese mágico sábado. Sentados todos alrededor
de una gran mesa en la que no faltaba de nada: ensaladilla rusa, empanadas,
esgarraet, mojama, tortilla de patatas, jamón ibérico, frutos secos… y sobre
todo cava de distintos puntos geográficos. Un vino espumoso que les invitaba a
brindar por la amistad, por la relación, por la complicidad de un grupo de
compañeros y, sin embargo, amigos que han encontrado la mejor receta
terapéutica de todos los males: la risa. El enaltecimiento de la amistad que se
refleja en la necesidad de reunirse todos los viernes y en determinados
momentos excepcionales como el de ese sábado.
Las
improvisadas canciones a la guitarra que, a coro, todos fueron capaces de cantar,
crearon un clima de “buen rollo” y
desinhibición que les transportaba a otra dimensión. Esa dimensión a la que la
amistad es capaz de llevarte y crear una fuente de alegría, fuerza, salud y
bienestar.
José
González Fernández
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