El sol se proyectaba con todo su
esplendor en la futurista Ciudad de las Artes y las Ciencias, cuando Los Dalton
Buidaolles atravesaron el jardín del Turia, con esa atípica temperatura de
mañana otoñal que, en Valencia y en casi toda la Península, no dejaba de
preocupar, pero que al mismo tiempo invitaba a pasear a pie o en bicicleta y a
llenar esos lugares de placer gastronómico y de encuentro social.
Tal era el caso de
la Cervecería Ana III, en la calle Lebón, 3 de Valencia, el lugar en el que ese
día se dieron cita Los Buidaolles, como cada viernes, a las diez de la mañana;
para almorzar, charlar, reír y
disfrutar de ese esperado momento.
La calle Lebón recibe
el nombre del gas Lebón, ya mencionado en la visita del mes de enero al
Bar-Restaurante Moncayo, de la misma zona, cuando escribíamos lo siguiente: “La zona, al noreste de la ciudad, estaba
formada por campos de huerta que eran regados por la acequia de Mestalla. Pero
poco a poco, se fue transformando en industrial, ubicándose en el lugar
fábricas que se alejaban del casco urbano y se aproximaban al puerto, algunas
de ellas tales como: la de “Gas Lebón” o la de detergentes “Tu-Tu”, junto a
otras. Con el tiempo, fueron apareciendo numerosas construcciones en torno a las fábricas. El Gas Lebón – cuyo nombre se debe al
ingeniero que la construyó llamado Carlos Lebón - sirvió para alumbrar la
ciudad durante mucho tiempo, pero a partir de los años 70, con la última
corporación municipal franquista, el clamor popular de las asociaciones de
vecinos; después de muchas y largas pugnas a causa de la contaminación existente,
hizo que se urbanizara el barrio y se desmantelara la industria de gas.
Actualmente, en su lugar, existe una zona verde y aún se conserva un depósito
de acero como símbolo de una batalla ganada al Ayuntamiento. No obstante, se
comenta que todo el subsuelo donde estuvo la fábrica, sigue aún contaminado,
resultando muy costoso su excavación y traslado a un lugar seguro”.
Cervecería Ana III, se distingue de la I, II y IV, y toma el nombre
de su propietaria y regente, una mujer francesa de mediana edad, afable y de
buen semblante, que te pregunta por el tamaño – del bocadillo, claro – jajaja, cuando
te acercas a la barra a pedir la comanda; momento en el que te entrega un
papelito, con un número que la identifica, y que cuarenta minutos más tarde canta un camarero cuando aparece con la
repleta barra de pan crujiente llena de abundantes y ricas viandas. Y es normal que
pregunte por el tamaño, pues con el bocadillo pequeño te quedas bien, con el
mediano almuerzas y comes a medio día, y el grande… el grande no te lo acabas. Un establecimiento frecuentado a diario por
multitud de personas entre las que se encuentran algunos miembros las fuerzas
del orden y seguridad, como es el caso de la Policía Nacional. La cerveza o
refrescos y el gasto – nombre que se le suele dar en Valencia a las aceitunas y
cacahuetes que acompañan al almuerzo - las puede coger el propio cliente de los
armarios frigoríficos. Por último, el café o carajillo – pues aquí no suelen
hacer cremaet – lo suelen servir en mesa. Y todo ello al módico precio de cinco
euros. En negativo, destacaríamos el tiempo de espera, tanto para pedir como
para que te sirvan; está claro que quienes dispongan de veinte o treinta
minutos para almorzar, no pueden ir a este establecimiento, pues, sin lugar a
dudas, llegarían tarde a sus respectivos trabajos.
En la tertulia fue inevitable abordar, una vez más, el tema del día, de la semana y del mes: el problema catalán. En un día en el que el Gobierno de la Generalitat declaraba la República Independiente de Cataluña y el gobierno Central de Madrid aplicaba el artículo 155 de la Constitución.
También se habló de agricultura, pues no en vano, algunos
Buidaolles, propietarios de tierras, ejercen esa ocupación en sus ratos de
ocio. Se habló de kiwis, aguacates, chirimoyas, mangos… y de otros cultivos
tropicales de los que se pretende producir en esta zona. También se habló de
hongos, setas y de los altos precios de los níscalos, también denominados
rebellones o pebrassos, pero que su nombre científico es: lactarius deliciosus.
Algo que solo se da por estas fechas y en unas condiciones climatológicas
favorables para su aparición. Por eso, este año, debido a la sequía, la escasez
de este deseado hongo ha hecho que su precio esté por encima de veinte euros el
kilo.
Y todo ello en una semana musical, en la que el miércoles,
algunos de los Buidaolles fueron a la sala 16 Toneladas para ver a Boo Boo
Davis: un armonicista y cantante de blues, y para el sábado ya tienen las
entradas para ir a La Rambleta a ver a un grupo tributo a Pink Floyd denominado
Pink Tones.
La música, la conversación y el buen yantar, unen una vez
más a este grupo de compañeros y amigos que, con asiduidad religiosa, no faltan
a su cita de los viernes.
José
González Fernández