domingo, 22 de octubre de 2017

Bar Montecarlo (Silla) Valencia (20-10-2017)






            Las hojas de los árboles cambiaban de color y, lentamente, iban cayendo sobre las aceras en esa tibia mañana otoñal en la ciudad de Valencia, cuando Los Dalton Buidaolles se desplazaban a la ciudad-dormitorio de Silla, en la mañana del viernes 20 de octubre, para degustar su habitual esmorzaret.


            Silla, un municipio de la Huerta Sur de Valencia, un nombre cuya toponimia nada tiene que ver con el sentido literal de su expresión en castellano, pues su origen árabe de alquería nos indica que puede proceder de la palabra “suhayla”, que significa “llanita”. Otra interpretación de origen latino nos indica su procedencia de la palabra “cella” (silo, depósito, almacén o celda), por ser un lugar cercano a la ciudad donde se almacenaban vinos o aceites. Sin embargo, más recientemente se apuesta por una traducción del valenciano de “sa illa” (la isla), por estar en un istmo de la misma albufera.
            Como monumento más importante e histórico, podemos encontrar una torre adosada al edificio del Ayuntamiento, restos de lo que fue en su día un castillo o fortificación, cuyo origen es musulmán, pero sometida a diversas reformas durante la reconquista. 


            El hecho de estar tan cerca de la gran ciudad ha dado pie a que Silla se convierta en una ciudad-dormitorio, donde la vivienda resulta mucho más asequible. Sin embargo, también son muchas las personas de la capital que trabajan en Silla, no en vano es una de las zonas más industrializadas, formando parte del cinturón industrial de Valencia. Su economía, en la actualidad, está sustentada por el sector industrial y el terciario, no obstante, la agricultura – fundamentalmente el arroz – mantiene gran importancia en una zona que, durante tantos años, ha vivido de esa fuente de riqueza proporcionada por La Albufera. 


            El Bar Montecarlo de la Avenida de Alicante, 96, de Silla, es un establecimiento que ofrece almuerzos, pero que cuenta con una carta un tanto limitada. Lo mejor que se puede decir de él es el trato y buen servicio que se recibe. Sin embargo, está a años luz de la diversidad que otros establecimientos ofrecen en almuerzos o tapas. Además, se trata de un local pequeño y poco apto para niños o personas con problemas de movilidad. Una anécdota que cabe destacar es el hecho de que, ese día, uno los bocadillos por el que más se interesaron Los Buidaolles fue el de esgarraet con queso fresco. El esgarraet – como de todos es sabido – es una ensalada de pimientos asados, bacalao, ajos y aceite; siendo ese su nombre debido al procedimiento de elaboración, que consiste en desgarrar el bacalao en salazón y los pimientos rojos a tiras. En algunas zonas de la Comunidad Valenciana se le suele poner berenjena y también aceitunas; pero el bacalao es fundamental, de lo contrario, no dejaría de ser una simple ensalada de pimientos rojos. Cuál sería la sorpresa de los expectantes Buidaolles que pidieron este sano y genuino bocadillo, cuando observaron que el bacalao brillaba por su ausencia. En su lugar aparecían unas tiras de cebolla frita, estratégicamente colocadas para dar la apariencia de bacalao, pero no eran bacalao. No obstante, después de comunicárselo a la solícita camarera, ésta apareció con un plato de bacalao en aceite, lo cual sirvió de desagravio.


            Todo esto en un día en el que “hartos ya de estar hartos” de tantos comentarios y debates políticos sobre el tema catalán, Los Dalton Buidaolles hablan en su tertulia de las personas que llegan al insulto por el simple hecho de no pensar como ellas, no admitiendo otras opiniones ni discrepancias.  También se hablo de ópera; pues alguno de los presentes mostró un vídeo en el que un coro de negros, en lugar de cantar góspel, cantaba La Traviata; algo inusual, pero con una calidad fuera de lo común. El poder escuchar esas timbradas y engoladas voces de la formación mixta, ofrecía el toque cultural del día y proporcionaba otro de los placeres que no entran por la boca.


            El embarcadero del canal de La Albufera es lo que le da carácter a una localidad que se resiste a perder su origen huertano de humedales; eso que durante tantos años ha dado vida a la comarca. Aquí los campos son desecados por potentes motores cercanos a las plantaciones de arroz, en los momentos en que la cosecha ha de recogerse. Del mismo modo se utilizan también para volver a inundar los campos cuando el cultivo está creciendo. En estos momentos del otoño, los agricultores y pescadores se afanan en preparar sus embarcaciones, fortaleciendo su casco con alquitrán y dándoles colorido con esa nueva capa de pintura que las distingue e identifica. Un lugar de obligada visita después del almuerzo de Los Dalton Buidaolles, un gratuito placer para el resto de los sentidos que, una vez más, contribuía a festejar la llegada del fin de semana.
José González Fernández

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Puedes realizar aquí tu comentario