lunes, 13 de marzo de 2017

Bar-Restaurante Waksman  (Avda. Dr. Waksman)  10/03/2017

La primavera - ese renacer de la vida - estaba ya a la vuelta de la esquina, aunque los 26 grados vestían la mañana casi de verano. Después de la lluvia y el frío de las semanas anteriores, por fin el astro sol calentaba la ciudad y hacía aparecer las primeras yemas en los brotes de los árboles de parques y avenidas. Los viandantes iban algo ligeros de atuendo y las chicas mostraban sus desnudos y blancos hombros dispuestos a ser bronceados y a absorber la vitamina D.  Sin embargo, Los Dalton Buidaolles, - que como cada viernes iban a almorzar – se mostraban algo remisos al prematuro destape, y algunos aún seguían cubriendo su mondadas testas; tal vez por costumbre, tal vez por coquetería, lo cierto es que esa parpusa de chulapo isidreño, todavía formaba parte de su indumentaria.

A pie o en bicicleta, esta semana tocaba visitar un establecimiento, no muy alejado del Instituto, de la avenida del Doctor Waksman, 33.  El local toma el mismo nombre que el de la avenida, es decir, Bar-Restaurante Waksman.
El doctor   Selman Abraham Waksman, fue un ucraniano-estadounidense, premio Nobel en Fisiología y Medicina en 1952. Este reputado científico se había labrado una prestigiosa carrera gracias a sus investigaciones y descubrimientos en antibióticos tales como la antimiocina, aunque éste nunca se pudo utilizar debido a su alto grado de toxicidad.   El descubrimiento de la estreptomicina, el segundo antibiótico útil en la historia de la humanidad, - el primero fue la penicilina – le sirvió para obtener el premio Nobel. Sin embargo, fue su alumno, Albert Schatz, el descubridor del mismo. Waksman, utilizando su prestigio como microbiólogo, se atribuyó tal descubrimiento, negando la genialidad de Schatz y aprovechándose del usufructo de las patentes durante años. Mucho después de la obtención del famoso galardón, ambos llegaron a un acuerdo económico, y la Universidad de Rutgers otorgó a Albert Schatz la autoría del brillante descubrimiento, pero la Academia Sueca nunca reconoció su error.
Se comentaba esa mañana, entre los Buidaolles, la injusticia de que la avenida valenciana aún conservara el nombre del doctor que se benefició indebidamente de los conocimientos de su alumno, pues, en realidad, la vía debería llevar el nombre de Albert Schatz, auténtico autor de tan valiosa aportación a la ciencia. Desde aquí queremos instar al Excelentísimo Ayuntamiento a su cambio, aunque ello sólo suponga un homenaje póstumo.
 
A colación de las apropiaciones indebidas, también fueron objeto de tertulia los continuos robos que se venían registrando últimamente en la ciudad, incluso algún caso en el propio Instituto. Anécdotas tales como el ocurrido el curso pasado; la mañana en que un caco entró en una de las aulas y sustrajo la cartera a un compañero, cuando éste tuvo un momento de distracción.  El cuerpo del delito apareció una semana después, sin el dinero, claro, – y menos mal que con la documentación – en los lavabos de un famoso restaurante de la ciudad, donde, al parecer, el mangante se había dado un homenaje con el efectivo que contenía.  También se comentó otro robo de una oficina bancaria en un pueblo de Jaén, donde el magrebí que fue a la campaña de aceituna, - de la que tal vez no obtuvo la renta que esperaba – entró en la oficina encapuchado y empuñando un hacha, arma con la que amenazó al único empleado de la sucursal. No obstante, debido a las medidas de seguridad, el botín no llegó a alcanzar los 900 euros.
Todo esto en una semana en la que la noticia, en todos los medios de comunicación, eran las filtraciones de Wikileaks, las cuales dejaban al descubierto las armas cibernéticas de la Central de Inteligencia Americana (CIA). Ese ambicioso programa de espionaje cuyo objetivo son los sistemas Android,  iPhone, Linux y Smart TV.
Una semana de intrigas y pánico informativo, pero que a los valencianos les ponía a las puertas de su fiesta más esperada, las Fallas. Los Dalton Buidaolles degustaban plácidamente esos bocadillos de tortilla, panceta y otros productos ofrecidos en el Bar-Restaurante Waksman, local que hace honor al nombre de la avenida. Una avenida que hace honor, a su vez, a un premio Nobel no merecido.

José González Fernández

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