Bar-Restaurante Waksman (Avda. Dr. Waksman) 10/03/2017
La primavera - ese renacer de la vida - estaba ya a la
vuelta de la esquina, aunque los 26 grados vestían la mañana casi de verano.
Después de la lluvia y el frío de las semanas anteriores, por fin el astro sol
calentaba la ciudad y hacía aparecer las primeras yemas en los brotes de los árboles
de parques y avenidas. Los viandantes iban algo ligeros de atuendo y las chicas
mostraban sus desnudos y blancos hombros dispuestos a ser bronceados y a
absorber la vitamina D. Sin embargo, Los
Dalton Buidaolles, - que como cada viernes iban a almorzar – se mostraban algo
remisos al prematuro destape, y algunos aún seguían cubriendo su mondadas
testas; tal vez por costumbre, tal vez por coquetería, lo cierto es que esa
parpusa de chulapo isidreño, todavía formaba parte de su indumentaria.
A pie o en bicicleta, esta semana tocaba visitar un establecimiento,
no muy alejado del Instituto, de la avenida del Doctor Waksman, 33. El local toma el mismo nombre que el de la
avenida, es decir, Bar-Restaurante Waksman.
El doctor Selman
Abraham Waksman, fue un ucraniano-estadounidense, premio Nobel en Fisiología y
Medicina en 1952. Este reputado científico se había labrado una prestigiosa
carrera gracias a sus investigaciones y descubrimientos en antibióticos tales
como la antimiocina, aunque éste nunca se pudo utilizar debido a su alto grado
de toxicidad. El descubrimiento de la
estreptomicina, el segundo antibiótico útil en la historia de la humanidad, -
el primero fue la penicilina – le sirvió para obtener el premio Nobel. Sin
embargo, fue su alumno, Albert Schatz, el descubridor del mismo. Waksman, utilizando su prestigio
como microbiólogo, se atribuyó tal descubrimiento, negando la genialidad de Schatz
y aprovechándose del usufructo de las patentes durante años. Mucho después de
la obtención del famoso galardón, ambos llegaron a un acuerdo económico, y la
Universidad de Rutgers otorgó a Albert Schatz la autoría del brillante
descubrimiento, pero la Academia Sueca nunca reconoció su error.
Se comentaba esa mañana, entre los Buidaolles, la injusticia
de que la avenida valenciana aún conservara el nombre del doctor que se
benefició indebidamente de los conocimientos de su alumno, pues, en realidad,
la vía debería llevar el nombre de Albert Schatz, auténtico autor de tan valiosa
aportación a la ciencia. Desde aquí queremos instar al Excelentísimo
Ayuntamiento a su cambio, aunque ello sólo suponga un homenaje póstumo.
A colación de las apropiaciones indebidas, también fueron objeto de
tertulia los continuos robos que se venían registrando últimamente en la
ciudad, incluso algún caso en el propio Instituto. Anécdotas tales como el
ocurrido el curso pasado; la mañana en que un caco entró en una de las aulas y
sustrajo la cartera a un compañero, cuando éste tuvo un momento de distracción. El cuerpo del delito apareció una semana
después, sin el dinero, claro, – y menos mal que con la documentación – en los
lavabos de un famoso restaurante de la ciudad, donde, al parecer, el mangante
se había dado un homenaje con el efectivo que contenía. También se comentó otro robo de una oficina
bancaria en un pueblo de Jaén, donde el magrebí que fue a la campaña de
aceituna, - de la que tal vez no obtuvo la renta que esperaba – entró en la
oficina encapuchado y empuñando un hacha, arma con la que amenazó al único
empleado de la sucursal. No obstante, debido a las medidas de seguridad, el
botín no llegó a alcanzar los 900 euros.
Todo esto en una semana en la que la noticia, en todos los medios de
comunicación, eran las filtraciones de Wikileaks, las cuales dejaban al
descubierto las armas cibernéticas de la Central de Inteligencia Americana
(CIA). Ese ambicioso programa de espionaje cuyo objetivo son los sistemas
Android, iPhone, Linux y Smart TV.
Una semana de intrigas y pánico informativo, pero que a los valencianos
les ponía a las puertas de su fiesta más esperada, las Fallas. Los Dalton
Buidaolles degustaban plácidamente esos bocadillos de tortilla, panceta y otros
productos ofrecidos en el Bar-Restaurante Waksman, local que hace honor al
nombre de la avenida. Una avenida que hace honor, a su vez, a un premio Nobel
no merecido.
José González Fernández