Bar Casa Mateo (Avenida Ausiàs Mach) 24-03-2017
Aunque ya había llegado la primavera, el invierno aún seguía dando sus últimos coletazos en toda la Península. Sin embargo, en la ciudad de Valencia, la mañana se presentaba templada, y la densa bruma no dejaba ver el sol, en el momento en que Los Dalton Buidaolles deshojaban la margarita para decidir a qué lugar irían a tomar el consuetudinario esmorzaret.
A menos de trescientos metros del Instituto, siguiendo la avenida de Ausiàs March, se encuentra el Bar Casa Mateo, un local no muy grande, pero con una gran variedad de productos y, lo más importante, su asador; algo que le da un valor añadido a su oferta gastronómica debido a los sabrosos braseados.
La avenida de Ausiàs March es una de las importantes arterias de la ciudad, que conecta en sentido perpendicular con otras, también importantes, tales como: avenida Hermanos Maristas, avenida de La Plata, avenida del Doctor Waskman o avenida de Peris y Valero. La expansión urbanística de los años setenta dio lugar a la conexión de estas avenidas y de los barrios de Malilla o Ruzafa. Sus edificios, por lo general, no superan las diez plantas y fueron pensados, en principio, para dar acceso a la vivienda a las clases sociales desfavorecidas, aunque en la actualidad sus habitantes representan más a la clase media de la Ciudad, y podemos ver edificios de renta libre y hoteles de tres y cuatro estrellas, junto a precarias construcciones de finales de los sesenta, construidas al abrigo de ayudas oficiales.
La avenida, al igual que el Centro de Formación Profesional, debe su nombre al célebre poeta y caballero valenciano del siglo XV Ausiàs March, uno de los más importantes de la literatura valenciana del Siglo de Oro.
Casa Mateo presenta a su clientela una variada y suculenta oferta de productos entre los que destacan: patatas a lo pobre con jamón y huevos rotos, rabo de cerdo, morcilla de Burgos, foie braseado, anchoas con tomate, esgarraet con mojama, ensaladilla rusa, clóchinas al vapor… entre otras viandas. Pero hay algo que le distingue de otros lugares de almuerzo, y es su carne de cerdo criado con castañas; muy parecido al filete de cerdo ibérico pero con mayor jugosidad. Una muestra de ello la podemos ver en el lomo que nos presenta el amable cocinero del establecimiento.
Los Dalton Buidaolles, como cada semana mantienen su animada tertulia con alegría y desenfado, a pesar de las duras y controvertidas polémicas que, a veces, existen en los debates. Esta semana tocaba un repaso a las anécdotas que, en ocasiones, se producen en el día a día de la actividad docente. Aquellos compañeros que dejan huella, - para bien o para mal - por su carácter, sus virtudes o sus defectos. También aquellos para quienes la enseñanza es un pasatiempos, integrado dentro de sus múltiples ocupaciones, – aunque sea ésta la que le proporcione su principal fuente de ingresos - con un comportamiento insolidario; intentando “escurrir el bulto” en la primera oportunidad que se les presenta.
El tono de la conversación se elevaba y las conversaciones se cruzaban en distintas direcciones, llegando a resultar inaudible el contenido de las mismas en el momento en que los miembros del grupo dejaban de deglutir los suculentos bocadillos. Pero, como es habitual, siempre alguno de ellos – el más osado, el más locuaz, el de más energía e impulso – sobresalía del resto y animaba el cotarro. Alguien a quien, como todos coincidieron en tono de humor, deberían extraer de su sangre esa sustancia capaz de producir tal estado de hiperactividad y excitación, – que muy bien podría denominarse “Cristobalina” en honor a su propio nombre – para ser repartida generosamente al resto del grupo.
José González Fernández
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