lunes, 28 de noviembre de 2016

BAR CRISTÓBAL (LA PUNTA) Día 28 de octubre de 2016


La bruma matinal iba lentamente ascendiendo, dejando unas ligeras gotas pulverizadas en el poblado de La Punta. El nublado cielo sólo permitía que algunos rayos de sol se colaran de contrabando entre los cirros que a poca altura se empezaban a formar. Sin embargo, a las diez de la mañana la temperatura en esta parte de la ciudad era agradable, impropia para la época otoñal.
El Bar Cristóbal, único establecimiento de hostelería en toda la zona, es un local amplio y sobrio, con una decoración espartana y un mobiliario que refleja la austeridad de una pedanía, dependiente del distrito de Cuatre Carreres, que languidece ante los ataques del desarrollismo. La expansión del puerto, el ferrocarril, la autovía, la Ciudad de las Artes y las Ciencias… han encajonado, constreñido, crucificado y desmembrado el lugar, invadiendo un paisaje natural de huerta y alquerías que fue condenado a muerte a finales del siglo y que se comenzó a demoler  en el año 2002. Un importante número de monstruos mecánicos en forma de excavadoras, orugas y apisonadoras invadieron la pedanía, reduciendo a escombros las centenarias alquerías en una superficie superior a los 700.000 metros cuadrados. Todo ello, no sin oposición de los desahuciados propietarios de las mismas, quienes declararon la guerra a los “escuadrones buldócer” y a los agentes del orden público; subidos a los tejados de sus viviendas, bien pertrechados y provistos de munición vegetal, lanzando sus coles y tomates contra los enemigos invasores. No les quedaba otra alternativa ante tan demoledora acción que estaba acabando con sus propiedades, con su paisaje y con su identidad. Como diría un miembro de los Dalton cuando parafrasea una canción de Perales: “Me lo han robado todo”  
¿Y todo ello para qué?

En 1994, la Administración del Estado, la Generalitat, el Ayuntamiento de Valencia y la Autoridad Portuaria, se plantearon la necesidad de establecer una zona de actividades logísticas del puerto, creando la plataforma ZAL; lo cual codujo en 1999 a la modificación del Plan General de Ordenación Urbana de Valencia y en 2002 a la demolición de las construcciones expropiadas y a la urbanización de las parcelas destinadas a naves logísticas. Sin embargo, una década después, la modificación del Plan es anulada por el Tribunal Supremo, por carecer del preceptivo informe que exige la nueva Ley de Costas. Un defecto de forma que probablemente será subsanado y se podrán comercializar las parcelas en el espacio de asfalto vallado donde crece la hierba, retornado a su lugar de origen. 
¿Y qué ocurrió con los aguerridos vecinos, expropiados no sólo de su vivienda sino también de su entorno paisajístico?

Fueron reubicados en unas nuevas viviendas adosadas, construidas al efecto junto a la superficie vallada de la ZAL, viviendas que tuvieron que comprar e hipotecarse para ello, pues su precio ascendía a más del doble de la indemnización percibida por la expropiación.




A escasos metros de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, el barrio, - dividido por la autovía de El Saler - permanece abandonado, concentrándose la mayor parte de la población y los escasos servicios, en la calle Jesús Morante Borrás, una vía de circulación en doble sentido cortada por el ferrocarril.  En ella se encuentran el  consultorio médico y la farmacia.  La propia vía separa también a dicha calle de la de Camino Punta al Mar, en la que se localiza la Iglesia de La Concepción, construida en 1903, con un estilo tradicional de iglesia valenciana de los siglos XVIII y XIX, con líneas barrocas. No deja de ser una ironía el nombre de la calle “Punta al Mar”, pues en su día, con toda probabilidad, esa calle desembocaría en el mar, sin embargo ahora, el ´horizonte que se divisa es el de las numerosas grúas del puerto.
En la actualidad los habitantes nacidos en la zona siguen manifestando su insatisfacción al ser testigos de cómo su entorno ha sido destruido, sin que ello haya supuesto una mejora en su economía, ya que después de quince años, la ZAL sigue sin existir.
No obstante, la gente dice que en La Punta se vive tranquilo; en un ambiente rural y a poca distancia de la ciudad, aunque la única línea de transporte pase cada cuarenta y cinco minutos. El Bar Cristóbal es un reflejo del buen estado de ánimo de la población, que, a pesar de todo,  sigue la tradición huertana del almuerzo, con gran afluencia de público entre las nueve y las once de la mañana. Un establecimiento que presenta una gran variedad de viandas y bocadillos entre los que podemos destacar el “blanco y negro”: morcilla y longaniza en combinación  con diversos componentes tales como berenjenas rebozadas, pimientos, all i olli, entre otros… toda una bomba calórica no recomendable para un almuerzo habitual, pero sí para ese único día de la semana en que nos queramos dar el merecido homenaje. Ese crujiente sonido de la berenjena rebozada, el sabor del diverso especiado del embutido… todo ello embadurnado con la salsa ajoaceite y aplastado entre el pan recién hecho, hace que se produzca en la caverna molar una explosión de sabores, capaz de transportar por un instante al comensal a un epicúreo estado, del que se retorna ante la necesidad de continuar con las tareas del día. Es el momento en el que se produce el silencio; ya no se habla de alumnos, de política o de futbol, pues las bocas están ocupadas y resulta inevitable ver cómo las comisuras de los labios se manchan con el grasiento bolo alimenticio. 


El Bar Cristóbal también ofrece otras opciones para quienes por estética o por salud tengan prohibidos esos placeres mundanos. Aquí podemos observar un combinado de pescado rebozado con habas, coliflor y tomate; todo ello muy sano y del agrado de alguno de los Dalton Buidaolles.





A las once de la mañana, la ligera brisa que llegaba del mar había dispersado las nubes y el sol lucía ya con cierta intensidad, elevando la poco común temperatura para esta fecha en el poblado de La Punta, donde sus habitantes permanecen en un letargo que dura más de una década, mientras la naturaleza salvaje sigue creciendo en la tierra que durante tantos años dio de comer a los valencianos, llegando a ser su principal fuente de riqueza. 


José González Fernández

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