Las calles peatonales del
centro histórico de Valencia se cubrían de mesas a las puertas de los numerosos
bares y cafeterías, siendo ocupadas por cientos de turistas que se tomaban un
descanso en su recorrido por las zonas más monumentales y concurridas de la
Ciudad. Los rayos del tibio sol acariciaban aquellos lechosos rostros nórdicos
que tornaban su posición, cual girasoles, para recibir la gentileza del astro,
que, en sus lugares de origen, tan escasamente se prodiga.
El aroma del café recién hecho, del croissant, de los
churros… entre otros productos para el desayuno, flotaba en el aire de la plaza
de La Reina, de la plaza de La Virgen y de sus calles aledañas. Pero en
determinadas zonas, esos olores se mezclaban con otros más fuertes de la «fritanga» procedente de aquellos otros
locales que ofrecían el potente esmorzaret.
En el número 2 de la calle Barón de Herbés se encuentra
el Bar El Patio, también denominado «Casa
Ricardo El Patio», lugar en el que ese día se dieron cita Los Dalton
Buidaolles para degustar el almuerzo de todos los viernes. La sombría y
estrecha calle semipeatonal –como la mayoría de las existentes en la zona más
antigua de la Ciudad- lleva el nombre de un título nobiliario ostentado en su
día por Rafael Ram de Víu y Pueyo, un turolense que destacó en la Guerra de la
Independencia contra Napoleón, que fue Barón de Herbés, Conde de Samitier y
Corregidor-gobernador de Valencia durante los años 1828-1833). Unos edificios ocupados
por locales de negocios, oficinas y por la alta burguesía valenciana que se resiste
a abandonar sus aposentos de rancio abolengo, motivados por la nostalgia de lo
que otrora supuso símbolo inequívoco de poder y distinción social. A pesar de
ser calles en las que se limita el tráfico rodado, no resulta extraño ver salir
de algún garaje, mercedes deportivos y otros vehículos de alta gama, conducidos
por septuagenarios que llevan a sus respectivas esposas a los salones de
estética o a los templos religiosos abiertos al culto en las cercanías.
No esperemos encontrar en
«El Patio» un patio cordobés de azulejos, con geranios y otras plantas
ornamentales, no. El nombre es tan solo una anécdota. Ni siquiera el pozo, que
figura en alguna fotografía antigua expuesta en sus paredes, existe en la
actualidad. El patio se limita a un tragaluz de dos metros cuadrados que da
acceso a unos minúsculos aseos con pocas garantías de salubridad, en los que
uno se puede arriesgar a hacer aguas menores, pero nada más. En cuanto a su
gastronomía, nada nuevo bajo el sol. Un sol que no llega a ninguno de los
rincones del umbrío local de la ancestral casa centenaria, en la que se pueden
observar los típicos revoltones en sus techos, con unas paredes remozadas de
esas pinturas que simulan el estuco veneciano.
Una gastronomía con poca
diversidad y carente de calidad. Aun así, resulta extraño ver cómo, a
determinadas horas de la mañana, el reducido espacio del establecimiento se llena
de gente: funcionarios, oficinistas, agentes de la policía nacional y otros despistados
que pasan por allí terminan recalando en el reducido espacio del Bar El Patio,
el cual no dispone de terraza exterior.
Resulta incomprensible cómo a determinadas horas hay que hacer cola, y esperar más de treinta minutos para coger mesa, aunque tal vez eso se deba a la lentitud del servicio: la cocinera, que es la encargada de tomar nota de los pedidos, y dos camareros para atender; uno de los cuales, con una edad avanzada, intenta simular su torpeza y sus equivocaciones con algunas bromas sin mucha gracia.
Resulta incomprensible cómo a determinadas horas hay que hacer cola, y esperar más de treinta minutos para coger mesa, aunque tal vez eso se deba a la lentitud del servicio: la cocinera, que es la encargada de tomar nota de los pedidos, y dos camareros para atender; uno de los cuales, con una edad avanzada, intenta simular su torpeza y sus equivocaciones con algunas bromas sin mucha gracia.
Algunos productos que aquí
se pueden consumir son: tortilla de patatas con pisto, calamares, lomo de cerdo,
chorizos… en lo que se refiere a platos calientes. También otros tales como:
esgarraet, queso fresco, mojama, caballa… para platos o bocadillos fríos.
Aquel
día, varios Buidaolles coincidieron en pedir tortilla de patatas al plato con
pisto de magro de cerdo. Sin embargo, quedaron un tanto desencantados al
comprobar cómo las generosas raciones de tortilla, que habían visto desfilar
hacia las mesas de algunos agentes de policía, se convirtieron en minúsculos
triángulos cuando les llegó a ellos el mismo producto a su mesa. Tal vez hubo
que repartir lo que quedaba entre todos para no tener que hacer otra tortilla.
En
principio el camarero dijo que no había cremaet, no obstante, momentos después,
sirvió el café en el vaso y un recipiente metálico con ron, azúcar, canela y cítricos, en el que ellos
pudieron quemar el alcohol a su gusto. Podemos decir que este detalle fue el
aspecto positivo destacable en un establecimiento que está a años luz de conseguir
la excelencia.
Un
día en el que se seguía hablando del coronavirus en todas las tertulias, esta
vez porque había originado la clausura del Mobile World Congress que se iba a celebrar,
como todos los años, en Barcelona. Unos decían que la alarma era excesiva y otros
aplaudían la medida que se tomaba con el fin de evitar el contagio.
Algunos Buidaolles ya
hacían planes para viajar a Rumanía: a Bucarest y a la región histórica de
Transilvania. Un viaje en el que, dentro del contexto cultural, también se
orientaría a descubrir la gastronomía de ese país.
Darío Navalperal
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