Al este de la
Ciudad, desde la avenida del puerto hasta la estación de tren de El Cabañal,
donde termina la avenida de Blasco Ibáñez, transcurre la calle Serrería, cuyo
nombre se lo debió dar alguna fábrica hasta la que llegarían los troncos a
través del ferrocarril, para ser convertidos en la materia prima de la
industria del mueble, de las traviesas de las vías del tren, de la construcción
naval… entre otras muchas utilidades que se le podrían dar en la zona; cuando
la madera llegada entonces de la inmensa foresta levantina constituía una fuente de riqueza importante
para toda la región.
Aquella vieja estación - ya en el
distrito de El Cabañal-Cañamelar - fue derruida, construyéndose la nueva a 150
metros al norte de donde estuvo ubicada la antigua. Tampoco queda nada de la
antigua fábrica de cerveza “El Águila” – construida en 1944, cuyo edificio fue
demolido en 1990 -, junto a la que pasaban las propias vías del ferrocarril
antes de ser soterradas. Su solar se ha convertido ahora en un polideportivo
municipal y el espacio por donde pasaban las vías es el que conforma la misma
calle Serrería y otras aledañas.
En ese enclave eminentemente urbano
se encuentra el Bar Serrería, un local que no cuenta con un gran aforo
interior, pero sí con terraza.
El
mayor aliciente que presenta este establecimiento es su gran variedad de
productos para el almuerzo. Todos a la vista, perfectamente expuestos, con un
servicio esmerado, rápido y, en definitiva, eficiente.
Difícil decidir ante
tan amplia y apetitosa oferta; la cara de satisfacción de estos Buidaolles, no se
sabe si es debido al efecto hipnótico que ejercen los seductores manjares en
los sentidos del olfato y de la vista, o a las acariciantes palabras de la
camarera, quien adulaba a todos los clientes con frases cariñosas y lisonjas varias.
Bocadillos de todas clases y platos
combinados aparecieron sobre aquella mesa alargada ocupada por once comensales.
Carne con cebolla y pimientos, cazón con habas, platos combinados con
berenjenas y calamares, tellinas con tomate, el típico esgarraet… entre otros
productos, fueron degustados ese día en la terraza del establecimiento.
A la sombra de las
sombrillas o a la del propio edificio, ese día se estaba bien en la calle; no
hacía calor ni tampoco viento, y daba gusto, un día más, continuar con la
habitual tertulia que caracteriza estos encuentros.
Ese día se seguía rumiando el
desconcierto del comienzo del curso académico y, en tono de humor, se hablaba
de los intentos de los jefes por torpedear al grupo de Los Dalton Buidaolles,
para evitar así que coincidieran con hora libre en la franja horaria del
almuerzo. Con recelo se percibían esas lúdicas y hedonistas salidas del
numeroso grupo que, con toque festivo, daba la impresión de que adelantara el
comienzo del fin de semana. Sin embargo, al final, parece que surgió la
cordura, siendo conscientes de que esas preferencias de librar a media mañana
un par de horas, daba lugar a que otros compañeros y compañeras pudieran entrar
más tarde y salir más temprano, resultando compatible tal desiderata; en una jornada
de dos turnos con franjas horarias desde las ocho hasta las 21 horas, se podían
hacer muchas combinaciones y contentar a todo el mundo.
Desde aquí, una vez más, queremos poner
de manifiesto que el objetivo de esta banda de pacíficos - aunque glotones –
docentes, además de darse un pequeño festín, también tratan de llevar a cabo
una de las dinámicas de grupo más importante en la organización de empresas u
organismos públicos, la cual consiste en canalizar la relación informal,
producida fuera del ámbito de trabajo, hacia estructuras formales como pueden
ser los equipos educativos y de coordinación didáctica.
Ese conocimiento mutuo
de las diversas personalidades en un ambiente distendido, da lugar a que se
produzca la sinergia necesaria en el trabajo del día a día y ayude a la resolución
de conflictos. Por otra parte, el objetivo también es cultural, pues se trata
de revitalizar una tradición tan arraigada a esta tierra como es la del
esmorzaret, al tiempo que, a través de esta humilde página, se dan a conocer los
rincones de la Ciudad y de su área metropolitana: su economía, sus costumbres,
sus formas de vida… dentro de un contexto histórico y geográfico.
El espacio tan reducido entre la
carretera y la terraza del bar impedía sacar una foto completa del grupo sin
poner en peligro el ser atropellado por alguno de los muchos vehículos que a
esas horas circulaban por la calle Serrería. No obstante, dos simpáticas chicas
de la mesa de al lado: Laura y María, se mostraron dispuestas a sacar la foto
al grupo completo situándose en la misma carretera. Desde aquí nuestro
agradecimiento.
En ese día soleado que subía de nuevo la
temperatura y parecía preparar el cronológico “Veranillo de San Miguel”.
Darío Navalperal
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