Volvía otra vez ese
día en el que el tiempo de luz iguala al tiempo de tinieblas, o, dicho de otra
manera, la noche era igual que el día. Pero ahora en el equinoccio de otoño, en
el que se deja notar el fresco de las mañanas y los tibios atardeceres.
Justo el viernes en el que Los Dalton Buidaolles visitan un nuevo
establecimiento de La Torre, una pedanía perteneciente a Los Poblados Sur de
Valencia. Una zona en la que ya habían
estado en anteriores ocasiones, debido al importante número de establecimientos
que ofrecen calidad y variedad en sus ofertas gastronómicas.
La barriada o pedanía de La Torre, se asienta junto al
histórico Camino Real de Madrid, y le da nombre el edificio de una antigua
alquería fortificada de cuatro plantas, cuyo origen data del siglo XIV.
Actualme
nte se ha convertido en el patio trasero de la
ciudad de Valencia, para ubicar en su entorno todo tipo de infraestructuras
megalómanas a costa del detrimento de la propia huerta y del paisaje rural,
gradualmente absorbido por la gran urbe, aislada por una gran maraña de vías
portuarias, ferrocarril, cauce del río Turia… Una zona que, como otras, se
sacrificó en la Dictadura Franquista en pro de ese proyecto ya referido en
anteriores capítulos. Durante los años ochenta, al igual que ocurrió con otras
barriadas marginales, este lugar fue asediado por el problema del paro, de la
droga y la delincuencia. Aunque la tasa de paro aún sigue siendo de las más altas
de la comarca; la delincuencia y el tráfico de droga, sin llegar a desaparecer,
sí se han minimizado, gracias al trabajo y a la denuncia de las asociaciones de
vecinos.
El proyecto Sociópolis, intentó integrar el barrio en la ciudad,
dotando al lugar de instalaciones deportivas a la vez que se impulsaba la
construcción de 2.800 viviendas de protección oficial. Sin embargo, la
explosión de la burbuja inmobiliaria ha frustrado, en parte, el ambicioso
proyecto, presentando ahora una imagen de ciudad fantasma anexa al maltratado
barrio. Toda esta maniobra especulativa ha degradado la huerta y, por el
momento, las instalaciones deportivas brillan por su ausencia.
Al abrigo de esa ciudad fantasma, y en lo que es una antigua
construcción de vivienda huertana, surge el Asador Ca’ Llacer un
establecimiento que cuenta con unas instalaciones de gran calidad, tanto en el
interior como en el exterior del mismo. No obstante, no se puede opinar del
mismo modo de su servicio, de la calidad de sus productos y, como consecuencia,
de su precio. Llaman la atención la gran cocina con el imponente asador como
atractivo especi Además, el precio del almuerzo es mucho más
caro que el de otros locales de la misma zona.
al. Sin embargo, el servicio es lento y malo; se manifiesta la
carencia de las mínimas habilidades sociales requeridas para este tipo de
negocios: errores en los platos servidos, en el cálculo de la cuenta y
devolución del cambio, malas caras o trato poco amigable… es lo que podemos
observar a simple vista en este local. Es como si sus recursos humanos
procedieran de otro sector de la producción, sin la más mínima formación en
hostelería. Es como si se hubieran caído del andamio de una de las obras
inacabadas de la zona, yendo a parar directamente al Asador Ca’Llacer.
Lo mejor que Los Buidaoles pudieron saborear fue la habitual tertulia
en torno a una mesa redonda, lo cual facilitaba la conversación mirándose todos
a la cara y, como de costumbre, compartiendo risas y conversaciones; esta vez con
lenguajes oral y gestual. Mesa redonda para brindar con una fría cerveza por el
fin de semana que, para algunos, ya estaba comenzando.
Una mañana en la que los temas recurrentes eran las anécdotas sobre
el comienzo del curso; del alumnado que a cada cual le había tocado en suerte y
del nuevo profesorado que, como cada año por estas fechas, llega al Instituto.
Y todo en un viernes más en el que un grupo de compañeros, y
sin embargo amigos, se dan cita para vivir ese pequeño instante de la vida… ese
que, como tantos otros como este, te proporciona la verdadera y auténtica
felicidad.
José González Fernández