A trescientos metros de la plaza del
Ayuntamiento, en la calle que le da el nombre, se encuentra el trinquete
Pelayo. Un trinquete es una cancha o lugar de juego donde se practica el juego autóctono
de pelota valenciana: un espacio cerrado con gradas en el que, desde tiempos
inmemoriales, se practica este deporte que tiene su origen en los juegos de
pelota de la Antigua Grecia, introducido en la Península por el Imperio Romano.
Este de la calle Pelayo es el más importante de toda la Comunidad Valenciana,
practicándose las modalidades que cuentan con más deportistas, como son las de escala y corda; junto con el Zurdo de Gandía, en el que practica más
la de raspall.
Sin embargo, este vacacional
viernes de Pascua, Los Dalton Buidaolles no se reúnen, precisamente, para jugar
a la pelota valenciana, no, se dan cita para hacer una merienda-cena en el
Gastro-Trinquet Pelayo, unas horas antes del concierto de Mark Knopfler en la
plaza de toros de Valencia.
El Gastro-Trinquet Pelayo es el lugar ideal para comer, cenar, almorzar o picar algo, antes o después de un partido de pelota valenciana o, como en este caso, antes de un gran concierto en las proximidades del mismo. Un lugar tranquilo y relajado en el que se puede charlar al mismo tiempo en que se degustan algunas de sus bien presentadas raciones de bravas, sepia, ensaladilla rusa con pan tostado y caviar… entre otras muchas viandas para bocadillos.
Ese día en el que la
mayoría de los Buidaolles viajaban por la geografía nacional, continental…
incluso alguno de ellos se atrevió a hacer las Américas, otros, sin embargo, no
podían perderse el concierto de Mark knopfler: líder en solitario de la
legendaria banda Dire Straits. Por lo que fieles a su cita -esta vez en hora
vespertina-, deciden encontrarse en el histórico lugar deportivo unas horas antes
del evento en el que, después de más de treinta años, la mencionada banda
volvía a tocar en esta ciudad.
La
tarde estaba cayendo lentamente sobre el coso taurino del centro de la Ciudad,
cuando el color tornasolado de los últimos rayos del tibio sol se proyectaba en el gran reloj que coronaba la grada sur; bajo la cual se había instalado el escenario con las
enormes torres de sonido, focos e instrumentos musicales que esperaban el
virtuosismo de la banda de Mark Knopfler.
Aunque la hora de comienzo estaba fijada para las nueve de la tarde, ya desde las ocho, las gradas y el mismo albero de la plaza se iban poblando con las más de diez mil personas llegadas desde diversos puntos de la geografía nacional, para presenciar una de las pocas actuaciones que el sexagenario músico daría en la que, según él mismo dijo, sería su última gira: “Esta es una bonita manera de decir adiós”,
se encargó de decir el líder de la banda momentos después de concluir “Why Aye Man”: el tema que forma parte de la presentación del disco “Down de Road Wherever”, objeto de esta gira que dio comienzo el día anterior en Barcelona. Las palabras que nadie quería escuchar y que fueron acogidas con la triste exclamación de “Oooooh”, fueron, en realidad, una bonita manera de despedirse de los escenarios, pues las personas que llenaron el coso taurino pudieron deleitarse del impecable sonido de las guitarras de knopfler y de la pureza instrumental de sus experimentados músicos, rayando la perfección del sonido en directo y al aire libre, en una tarde-noche en la que las condiciones climatológicas fueron las mejores para este tipo de eventos. Cuando concluyó dicho tema, el escocés se dirigió al público diciendo que estaba muy contento de volver a Valencia, pero que esta sería su última vez, pues –según sus propias palabras- “estaba ya viejo", dijo el músico que el próximo verano cumplirá los setenta años. No obstante, a pesar de que es mayor, sigue conectando con el público, con un impulso menos roquero que en su juventud, pero con personalidad y maestría. También se notaban los años en el maduro público que, conforme avanzó el concierto, fueron dando muestras de afecto hacia el cantante, alcanzando un nivel óptimo de calidez.
Aunque la hora de comienzo estaba fijada para las nueve de la tarde, ya desde las ocho, las gradas y el mismo albero de la plaza se iban poblando con las más de diez mil personas llegadas desde diversos puntos de la geografía nacional, para presenciar una de las pocas actuaciones que el sexagenario músico daría en la que, según él mismo dijo, sería su última gira: “Esta es una bonita manera de decir adiós”,
se encargó de decir el líder de la banda momentos después de concluir “Why Aye Man”: el tema que forma parte de la presentación del disco “Down de Road Wherever”, objeto de esta gira que dio comienzo el día anterior en Barcelona. Las palabras que nadie quería escuchar y que fueron acogidas con la triste exclamación de “Oooooh”, fueron, en realidad, una bonita manera de despedirse de los escenarios, pues las personas que llenaron el coso taurino pudieron deleitarse del impecable sonido de las guitarras de knopfler y de la pureza instrumental de sus experimentados músicos, rayando la perfección del sonido en directo y al aire libre, en una tarde-noche en la que las condiciones climatológicas fueron las mejores para este tipo de eventos. Cuando concluyó dicho tema, el escocés se dirigió al público diciendo que estaba muy contento de volver a Valencia, pero que esta sería su última vez, pues –según sus propias palabras- “estaba ya viejo", dijo el músico que el próximo verano cumplirá los setenta años. No obstante, a pesar de que es mayor, sigue conectando con el público, con un impulso menos roquero que en su juventud, pero con personalidad y maestría. También se notaban los años en el maduro público que, conforme avanzó el concierto, fueron dando muestras de afecto hacia el cantante, alcanzando un nivel óptimo de calidez.
La
potente banda de diez músicos -once con su líder- deleitó al auditorio con unos
temas que tal vez sean un resumen de toda la carrera musical de Knopfler, tanto
de su andadura en solitario como la anterior a 1995, el año en que se disolvió
Dire Straits. La variedad de temas, en la que tomaron cuerpo los del último álbum,
estuvo representada por algunos tales como “Sailing to Philadelphia”, el primero que
grabó en este siglo. Pero la principal sorpresa fue la recuperación del viejo
material del repertorio de Dire Straits, tales como “Romeo and Juliet”. Así, superada la decepción inicial del adiós,
el público fue reconciliándose con la nostalgia “ochentera” de “Once Upon a
Time in the West”, con otros de los noventa como “Telegraph Road”, “On Every Street” y “Seepway at Nazaret”. El
público se levantó de su asiento, rompiendo el protocolo, cuando empezó a sonar
con ritmo de cumbia “Postcards from
Paraguay”. Por último, a la
mezcla de sonidos de folk country, música celta –no en vano la banda, al igual
que el whisky, tiene sus raíces en Escocia- y música andina, no le podía faltar
los orígenes roqueros del grupo con sus temas en bises de “Money for Nothing” y “Going Home”. La variedad musical dio
lugar a la variedad instrumental, donde los músicos eran capaces de tocar diversos instrumentos. Así, por ejemplo, el virtuosismo del
saxofonista, también lo demostraba con el clarinete. El banyo, el ukelele, la guitarra
española, las flautas, la gaita o el contrabajo, se intercambiaban con bajos
eléctricos, guitarras Fender o Gibson, pianos y órganos Hammond, batería y otro
instrumental de percusión... Los sonidos de trompetas eran ejecutados por un
experto músico de este instrumento de viento y no por un sintetizador. He aquí
la grandeza del grupo, que, a diferencia de otros de la misma época, este
mantiene la pureza instrumental de los sonidos de origen y no aquellos que son producto
de la electrónica y la informática.
En
definitiva, una maravillosa tarde-noche para un no menos fabuloso broche final
a la trayectoria de un importante músico de ahora y de siempre.
Dario Navalperal