La
mañana del viernes amanecía un tanto ensombrecida y la pureza del aire llegaba
a dificultar las actividades deportivas en la calle; pues la contaminación
ambiental procedente de las quemas de deshechos del cultivo del arroz, unido a
las condiciones meteorológicas impropias para estas fechas, habían creado una
neblina que desde el suelo se elevaba a pocos metros de los edificios más altos
de la ciudad de Valencia.
Ese
viernes, como tantos otros, Los Dalton Buidaolles se disponían a visitar un
nuevo local situado en el barrio “El
Calvari”, al noroeste de la ciudad; un cruce de caminos entre las avenidas
de Burjasot, Campanar y General Avilés. Justo en el otoño en el que se cumplen
sesenta años de aquella arriada que asoló una gran parte de la Ciudad y, en
especial, a las barriadas de Campanar y El Calvari, dejando 89 víctimas
mortales y grandes pérdidas materiales. El viejo cauce del río Turia que trajo la
desgracia a la ciudad, siendo ahora un jardín lleno de vida.
En la calle Monastir
de Poblet, 18, se encuentra el Mesón-Restaurante Adrián, un establecimiento con
variedad de servicios: almuerzos, comidas, cenas, eventos y celebraciones. Está
especializado en carnes de ternera gallega y novillo argentino a la piedra,
pero también sirve paellas y todo tipo de bocadillos en el almuerzo. Aquí
podemos ver algunos de ellos tales como: sangre de pollo con pimientos y
cebolla, o el de calamares a la romana.
En general, la
opinión de la mayoría de los Buidaolles fue favorable a la calidad del
producto, no obstante, en cuanto al bocadillo de calamares a la romana se refiere,
cabe decir que dejó mucho que desear; la falta de frescura de los calamares se
dejaba notar al ofrecer resistencia a las dentelladas de incisivos y caninos, y
el pan – pieza clave en la calidad del conjunto – había sido calentado en
alguna plancha, lo cual, en lugar de aportarle ese armonioso crujiente, ofrecía
resistencia a la masticación y deglución. Sin embargo, todo ello fue superado
gracias al delicioso cremaet con el que se ofrece un minúsculo croissant,
gentileza de la casa.
Por otra parte, el Mesón-Restaurante
Adrián es un lugar acogedor; con su rústica decoración de paredes de piedra y
el colorido de sus lámparas, se crea un ambiente relajado en el que, a
diferencia del típico jaleo observable en cualquier tasca española, aquí se
mantiene atenuado, y el nivel de decibélios general no impide mantener una
conversación en un tono de voz normal.
Ese
viernes no era un viernes cualquiera, era el “Black Friday”. Una tradicción americana que está calando en
Europa; un día en el que la gente se sumerge en ese mundo consumista, lanzándose
a la calle o, simplemente desde casa a través de internet… como si no existiera
un mañana. Es el prólogo del mes que cierra el año con abundancia de regalos,
excesos y “paz y amor”. A pesar de que alguien, a través de las redes
sociales, ha pretendido divulgar que el origen del Black Friday procede de la
esclavitud; el día después de Acción de Gracias en el que los esclavos negros
eran vendidos a bajo precio para adquirir otros más jóvenes y fuertes, no parece
que este argumento tenga gran consistencia, pues teorías más fidedignas apuntan
hacia la crisis económica de Wall Street en 1869, cuando el mercado financiero
entró en bancarrota. Otras se refieren a
fechas más recientes, en concreto al año 1975, cuando el “New York Times”, acuñó por primera vez el adjetivo “negro” al referirse al caos producido
en el tráfico de la ciudad de Nueva York, debido a los descuentos en compras
del día después de Acción de Gracias.
Un
día en el que en la tertulia de los Buidaolles también se habló del “Cupo Vasco”. Un sistema de financiación
que reconoce desde 1978 la singularidad de las comunidades vasca y navarra,
aunque su origen puede encontrarse cien años antes, cuando al final de las
últimas guerras carlistas, el Estado estaba necesitado de fondos y pedía
aportaciones a dichos territorios. Este
controvertido acuerdo se reedita cada cinco años y es objeto de discrepancias y
polémicas, no solo en el Congreso de los Diputados, también entre la población.
Los diferentes gustos musicales de
los Buidaolles también se pusieron de manifiesto en la animada tertulia. Parece
obvio en el arte, que los gustos son como los colores, con lo que no parece
lógico devaluar ningún estilo musical por no ser compartido. Se puso de
manifiesto, que la falta de conocimiento o de relación con determinadas
músicas, es lo que induce a determinadas personas a pensar que esa música
carece de valor. Esto suele ser algo genérico con otras artes tales como la
pintura, la danza… y, en general, con todo aquello que se desconoce. Podríamos
decir aquí que la ignorancia es muy atrevida; descalificar a un cantante o
estilo musical puede resultar superficial, y típico del “cuñadismo”, cuando no se distingue un “do” de un “la”.
Una mañana más en la que, a eso de las doce, volvía a lucir
el sol que animaba a la gente a ocupar la calle, pero que desvanecía las expectativas
de quien había soñando con la ansiada lluvia.