Aquella mañana anticipaba la primavera que aún estaba por llegar en el calendario,
aunque, en el aspecto climatológico, las suaves temperaturas acariciaban casi
toda la península, y, en especial, al litoral mediterráneo desde hacía más de
un mes.
Sin
embargo, el ser humano nunca está conforme con lo que recibe, que, aun
procediendo de la madre naturaleza, nunca satisface a todos por igual. Y así,
cuando en la última crónica nos lamentábamos de las inundaciones, ahora implorábamos
a lo divino para que volviera el líquido elemento y acabara con la pertinaz
sequía.
No
obstante, desde la última crónica hasta el día de la fecha «ya había llovido». Pues sí, aunque solo sea en sentido figurado,
desde que este cronista dejó de cometer la osadía de divulgar las fechorías
gastronómicas de Los Dalton Buidaolles, hasta hoy, semana previa a la
comburente fiesta fallera, han transcurrido cuatro meses; lo cual no significa
que la banda se haya disuelto o que haya mermado su asiduidad
lúdico-gastronómica de «San Viernes»,
no. La costumbre y la tradición del esmorzaret ha continuado sin tregua mes a
mes, semana a semana. Las múltiples ocupaciones laborales, los compromisos
sociales y los trajines o devaneos no dignos de revelar, han sido la causa de
que, este que relata, haya mantenido aparcada, durante todo ese tiempo, esta
grata afición.
La
visita de este viernes sería al Bar Valencia, que curiosamente no está en
Valencia capital, no, está en Torrente y, en concreto, en la calle Picaña, 14.
Esta
gran ciudad, a siete kilómetros de la capital, ya fue visitada el día 4 de mayo
de 2018, cuando los Buidaolles estuvieron en el centro histórico de la misma y,
en concreto, en el Bar La Plaza, por lo que ya se hizo referencia, en la
crónica de ese día, al origen histórico de la localidad y a su toponimia.
En una zona casi de
la periferia de Torrente se encuentra el Bar Valencia. Un establecimiento con
estilo propio, cuya estética vintage atrae ya desde el exterior. Pero, además,
sorprende sobremanera cuando entras en el local y descubres objetos que no se
utilizan desde hace casi medio siglo. Y todo expuesto con gusto y refinamiento,
donde los utensilios de labores de oficina se combinan con múltiples grifos de
cerveza: unos actuales, otros ya en desuso.
La moto, sobre el mostrador,
marca Derbi de los años sesenta, las máquinas de escribir y de estenotipia de
los años cuarenta, los aparatos de radio, las grabadoras de cinta
magnetofónica, los ventiladores viejos, las guitarras… todos utensilios e
instrumentos que nos pueden transportar a nuestra más tierna infancia o
adolescencia, y que podemos admirar ahora en museos dedicados a las artes y
costumbres populares, se exponen también en este genuino bar, donde la pasión
por el rock, la cerveza y las motos -factor común de muchos seguidores, tanto
del siglo pasado como de este- queda aquí reflejada en su recargada decoración
vintage.
Pero no solo destaca este establecimiento por su original decoración,
también merece mención especial su variedad gastronómica, la calidad de sus
productos, la organización del servicio y el toque especial en la presentación
de sus productos en los expositores.
Cabe destacar la forma en cómo se sirve el cremaet. Un vaso con el café y otro con el azúcar y el ron ardiendo. Así el consumidor decide el tiempo que la llama debe estar encendida, consumiéndose así el alcohol. Un detalle más de este interesante bar.
Todo en este establecimiento está
pensado y diseñado para atraer a un cliente que busca algo diferente, unido a
la relación calidad-precio. No en vano, a las diez de la mañana el local se
encontraba atestado de gente, tanto en su interior como en su terraza, siendo
sus clientes asiduos los miembros de las fuerzas del orden público.
En
relación con lo último del párrafo anterior, la anécdota del día se produjo al
ver cómo un agente de policía nacional se dirigía a uno de los Buidaolles, el
más mayor y formal de todos, diciéndole las siguientes palabras: “por favor, puede salir fuera un momento”.
Durante unos minutos, en el impasse de espera, se mascaba la tragedia entre los
restantes miembros del grupo: - ¿Qué estaría pasando? si su coche no estaba mal
aparcado, si se trataba de un honesto y diligente padre y abuelo de familia.
Entre risas y nervios le aguardaron hasta que volvió entre afligido y cabreado,
pues se le acusaba de haber sacado fotos, llegándole a decir: “que ni se le ocurriera publicarlas en redes
sociales ni en medio de divulgación alguno”. Posiblemente estos agentes del
orden público realicen una gran labor persiguiendo a los malos, pero como detectives
no tienen futuro, pues culparon a quien no había sido, además, a una persona
que nunca suele sacar ninguna, ya se encargan de ello los fotógrafos del grupo.
¿Pero por qué se preocupaban
tanto los policías de si habían salido en la foto? Estaba totalmente claro:
darse cita allí, casi la mitad de una compañía, con pintas de cerveza y buenas
viandas, durante casi una hora, estando en acto de servicio, no les podría
hacer mucha gracia a sus superiores si, por casualidad, se topaban con esas
fotos en la red. La advertencia y palabras textuales fueron contundentes: “que ni a él ni al resto del grupo se les
ocurriera publicar foto alguna en la que ellos aparecieran”.
Respetando el derecho a la intimidad, y en atención a la ley de
protección de datos, en este blog nunca han aparecido personas ajenas al grupo,
por supuesto, si alguna apareciera en algún momento, se le pediría su
autorización expresa. Pueden estar tranquilos los agentes del orden, no están
en la foto, y si hubieran salido, esa foto no se publicaría.
Ese 8 de marzo se celebraba el
día internacional de la mujer. Como cada año, las desigualdades de género daban
pie a este acontecimiento reivindicativo. Ese fue también uno de los temas
objeto de debate, y, como siempre, las diferencias de opinión se solventaban con
el placer gastronómico, con las risas y anécdotas del feliz y esperado
encuentro.
Darío Navalperal