viernes, 8 de marzo de 2019

Bar Valencia, calle Picaña, 14, Torrente, Valencia (08-03-2019



            Aquella mañana anticipaba la primavera que aún estaba por llegar en el calendario, aunque, en el aspecto climatológico, las suaves temperaturas acariciaban casi toda la península, y, en especial, al litoral mediterráneo desde hacía más de un mes.

            Sin embargo, el ser humano nunca está conforme con lo que recibe, que, aun procediendo de la madre naturaleza, nunca satisface a todos por igual. Y así, cuando en la última crónica nos lamentábamos de las inundaciones, ahora implorábamos a lo divino para que volviera el líquido elemento y acabara con la pertinaz sequía.

            No obstante, desde la última crónica hasta el día de la fecha «ya había llovido». Pues sí, aunque solo sea en sentido figurado, desde que este cronista dejó de cometer la osadía de divulgar las fechorías gastronómicas de Los Dalton Buidaolles, hasta hoy, semana previa a la comburente fiesta fallera, han transcurrido cuatro meses; lo cual no significa que la banda se haya disuelto o que haya mermado su asiduidad lúdico-gastronómica de «San Viernes», no. La costumbre y la tradición del esmorzaret ha continuado sin tregua mes a mes, semana a semana. Las múltiples ocupaciones laborales, los compromisos sociales y los trajines o devaneos no dignos de revelar, han sido la causa de que, este que relata, haya mantenido aparcada, durante todo ese tiempo, esta grata afición.



            La visita de este viernes sería al Bar Valencia, que curiosamente no está en Valencia capital, no, está en Torrente y, en concreto, en la calle Picaña, 14.

            Esta gran ciudad, a siete kilómetros de la capital, ya fue visitada el día 4 de mayo de 2018, cuando los Buidaolles estuvieron en el centro histórico de la misma y, en concreto, en el Bar La Plaza, por lo que ya se hizo referencia, en la crónica de ese día, al origen histórico de la localidad y a su toponimia.

            En una zona casi de la periferia de Torrente se encuentra el Bar Valencia. Un establecimiento con estilo propio, cuya estética vintage atrae ya desde el exterior. Pero, además, sorprende sobremanera cuando entras en el local y descubres objetos que no se utilizan desde hace casi medio siglo. Y todo expuesto con gusto y refinamiento, donde los utensilios de labores de oficina se combinan con múltiples grifos de cerveza: unos actuales, otros ya en desuso.


La moto, sobre el mostrador, marca Derbi de los años sesenta, las máquinas de escribir y de estenotipia de los años cuarenta, los aparatos de radio, las grabadoras de cinta magnetofónica, los ventiladores viejos, las guitarras… todos utensilios e instrumentos que nos pueden transportar a nuestra más tierna infancia o adolescencia, y que podemos admirar ahora en museos dedicados a las artes y costumbres populares, se exponen también en este genuino bar, donde la pasión por el rock, la cerveza y las motos -factor común de muchos seguidores, tanto del siglo pasado como de este- queda aquí reflejada en su recargada decoración vintage.




Pero no solo destaca este establecimiento por su original decoración, también merece mención especial su variedad gastronómica, la calidad de sus productos, la organización del servicio y el toque especial en la presentación de sus productos en los expositores.

Cabe destacar la forma en cómo se sirve el cremaet. Un vaso con el café y otro con el azúcar y el ron ardiendo. Así el consumidor decide el tiempo que la llama debe estar encendida, consumiéndose así el alcohol. Un detalle más de este interesante bar.


Todo en este establecimiento está pensado y diseñado para atraer a un cliente que busca algo diferente, unido a la relación calidad-precio. No en vano, a las diez de la mañana el local se encontraba atestado de gente, tanto en su interior como en su terraza, siendo sus clientes asiduos los miembros de las fuerzas del orden público.



            En relación con lo último del párrafo anterior, la anécdota del día se produjo al ver cómo un agente de policía nacional se dirigía a uno de los Buidaolles, el más mayor y formal de todos, diciéndole las siguientes palabras: “por favor, puede salir fuera un momento”. Durante unos minutos, en el impasse de espera, se mascaba la tragedia entre los restantes miembros del grupo: - ¿Qué estaría pasando? si su coche no estaba mal aparcado, si se trataba de un honesto y diligente padre y abuelo de familia. Entre risas y nervios le aguardaron hasta que volvió entre afligido y cabreado, pues se le acusaba de haber sacado fotos, llegándole a decir: “que ni se le ocurriera publicarlas en redes sociales ni en medio de divulgación alguno”. Posiblemente estos agentes del orden público realicen una gran labor persiguiendo a los malos, pero como detectives no tienen futuro, pues culparon a quien no había sido, además, a una persona que nunca suele sacar ninguna, ya se encargan de ello los fotógrafos del grupo.

¿Pero por qué se preocupaban tanto los policías de si habían salido en la foto? Estaba totalmente claro: darse cita allí, casi la mitad de una compañía, con pintas de cerveza y buenas viandas, durante casi una hora, estando en acto de servicio, no les podría hacer mucha gracia a sus superiores si, por casualidad, se topaban con esas fotos en la red. La advertencia y palabras textuales fueron contundentes: “que ni a él ni al resto del grupo se les ocurriera publicar foto alguna en la que ellos aparecieran”.

Respetando el derecho a la intimidad, y en atención a la ley de protección de datos, en este blog nunca han aparecido personas ajenas al grupo, por supuesto, si alguna apareciera en algún momento, se le pediría su autorización expresa. Pueden estar tranquilos los agentes del orden, no están en la foto, y si hubieran salido, esa foto no se publicaría.



Ese 8 de marzo se celebraba el día internacional de la mujer. Como cada año, las desigualdades de género daban pie a este acontecimiento reivindicativo. Ese fue también uno de los temas objeto de debate, y, como siempre, las diferencias de opinión se solventaban con el placer gastronómico, con las risas y anécdotas del feliz y esperado encuentro.

Darío Navalperal