Las aguas habían vuelto a sus respectivos cauces después de que, en la semana anterior, se hubieran desbordado, inundando muchas ciudades bañadas por el Mediterráneo. La colaboración ciudadana y las ganas de volver a la normalidad, iba limpiando el lodazal en aquellas zonas en las que las precipitaciones llegaron a batir record.
Pero ese viernes, brillaba de nuevo el tibio sol otoñal, que se filtraba entre el sedoso velo de tul formado por unas nubes bajas; tal vez anunciarían un cambio del tiempo. Sin embargo, ese era el día perfecto para pasear, salir a la calle a hacer deporte y, ¡cómo no!, para almorzar. El cauce viejo del río Turia lucía su verdor característico y los árboles, agradecidos del agua recibida en días anteriores, limpiaban el aire y ofrecían oxígeno a los ciclistas, runners y senderistas que, a las diez de la mañana, poblaban todos los vericuetos del inmenso jardín. Un grupo de algo más de cincuenta turistas alemanes, hacían pilates bajo el puente de La Alameda, mientras otro similar de orientales, buscaba el césped y las sombras de los pinos para controlar su energía a través del Tai Chi. Un sugestivo paisaje que alegraba la mirada e invitaba a afrontar el día con optimismo.
Ese día, Los Dalton Buidaolles -después de dos semanas sin quedar para el ya “consagrado” esmorzaret, debido a la festividad de El Pilar y a las fuertes precipitaciones del viernes anterior-, se daban cita de nuevo para vivir ese concupiscente momento en el que se para el tiempo, para dar rienda suelta a sus instintos más primarios, destinados a saciar sus apetencias carnales, aunque, a veces, lo que llene la andorga sean cefalópodos y otros productos de la tierra y del mar.
Esta vez, el lugar elegido fue “Bodega La Ibérica”, en la calle Polo y Peyrolón, 29, muy cerca del campo de futbol de Mestalla; una calle que lleva el nombre de un escritor y político español del siglo XIX y principios del XX, que vivió y murió en Valencia. Una zona muy poblada de la Ciudad, ya visitada en ocasiones anteriores, junto a la avenida de Aragón; el lugar en el que desde 1902 hasta 1974 estuvo ubicada la estación de ferrocarril más antigua de España, que comunicaba Valencia con la provincia de Teruel.
Bodega La Ibérica es un establecimiento como tantos otros en ese distrito tan poblado, donde más bares por kilómetro cuadrado hay de toda la Ciudad. Lo más destacable del mismo es el precio tan asequible de su almuerzo; lo que no es de extrañar ante la gran competencia existente en la zona.
Con una renovada decoración que recuerda la de los viejos comercios de vino, bodegas o tabernas de hace más de un siglo, “Bodega La Ibérica” se esfuerza por transmitir esa imagen vintage; con utensilios y carteles de toros y de películas de hace un siglo, sin embargo, las vigas el poliestireno de su techo, imitando a madera vieja, ponían de manifiesto el artificio del conjunto, de un local ubicado en el bajo de un edificio de nueva construcción.
En cuanto a su oferta gastronómica, poco hemos de destacar: bocadillos no muy grandes de jamón y queso, de habas con jamón –donde el jamón es muy escaso-, de longanizas y pimientos… y poco más. Ningún producto del mar en su carta. A diferencia de otros establecimientos, aquí te atienden en la mesa, mostrándote la carta, lo cual, en principio, es de agradecer; pues te ahorran la molestia de hacer cola, pero te impiden ver el género y la posibilidad de combinar el bocadillo con aquello que, a la vista, resulte más apetecible. En cuanto a la calidad del pan; tantas veces evaluada desde estas crónicas -pues no en vano es la base del bocadillo-, hay que decir que deja mucho que desear, al menos ese día era un tanto correoso y poco crujiente.
Los temas de tertulia ese día estaban referidos al asesinato en la Embajada de Arabia Saudí en Turquía del periodista, opositor al régimen absolutista, Jamal Khashoggi, quien entró en dicha Embajada y nunca más se le vio salir. En juego estaba la respuesta del mundo occidental –quien tan buenas relaciones mantenía con el país del petróleo.
Se hablaba también de las actuaciones en España de Mark knopfler, en el próximo mes de abril. Los Buidaolles ya estaban gestionando la entrada para el concierto que el día 26 de dicho mes daría en Valencia. Un estilo musical con el que todos sintonizaban, aunque unos más que otros, claro. El animado coloquio derivó, como de costumbre, en las diferencias en cuanto a gustos musicales. Y aquí surgían quienes focalizaban sus preferencias hacia la música anglosajona de los años sesenta y setenta, considerando que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, y que todo lo demás es basura. O la de aquellos quienes entienden que en la música, como en todas las corrientes artísticas, la percepción de la calidad es siempre muy relativa, y unos pueden ver arte donde otros no ven nada. No obstante, nunca se debe echar por tierra a aquellos grupos que forman parte de la historia de la música de nuestro país. Cualquier grupo o cantante, siempre que haya aportado algo a este panorama, siendo capaz de transmitir y apasionar a un importante número de personas, debe tener la consideración de un musicólogo que se precie. En el arte, como en la vida, solemos despreciar todo aquello que nuestro cerebro es incapaz de asimilar. El desconocimiento nos lleva, a hacer juicios de valor superficiales, sin tener en cuenta la calidad técnica o literaria de una determinada obra. Y entonces es cuando incurrimos en el maniqueísmo; cuando nos creemos en posesión de la verdad absoluta y nos fidelizamos a determinada corriente que, en definitiva, solo representa lo que fuimos, y no lo que somos ahora. Ese anclaje en el pasado, según los estudios del comportamiento humano, es un indicativo de que nos estamos haciendo mayores, costumbristas, rutinarios… incapaces de aceptar otras formas de hacer música que aquellas que, en nuestra juventud, nos introdujeron en el grupo, nos enamoraron, nos hicieron felices. Estamos renunciando con ello a las nuevas oportunidades que la vida, a veces, nos ofrece. Porque ya no nos gusta cómo somos, preferimos conservar la imagen de cómo éramos, alabando todo aquello que nos rodeó en ese recuerdo grato del pasado, y abrazados a los tópicos y estereotipos de aquella época.
El animado y entretenido coloquio llevó a proponer, por parte de alguno de los más puristas del rock y de la música progresiva de los setenta, que el resto de los miembros del grupo confesara si alguna vez habían estado en lo que él consideraba música para “moñas” y “horteras”. Curiosamente, la mayoría revelaron haber asistido a conciertos de Georgie Dann, Juan Luis Guerra, Dani Daniel, Julio Iglesias… entre otros cantantes demonizados por los extremistas y frikis del estilo musical rockero. Y es que los gustos y aficiones culturales no tienen por qué clasificar a las personas, aunque muchos grupos sociales se hayan etiquetado con determinados subgéneros del rock.
…Pero con distintos gustos, aficiones e ideologías, este grupo se mantiene unido por la amistad y por su común afición al buen yantar.
Darío Navalperal