Durante los últimos días, los fenómenos
meteorológicos se habían estado preparando para darle la bienvenida al
invierno; los parques con los árboles medios deshojados y, en algunas
latitudes, los blancos tejados, daban fe de ello. Sin embargo en Valencia, tan
solo unas tímidas gotas de agua, a mitad de semana, se atrevieron a calmar la
sed de una tierra resquebrajada, sin llegar a evitar la tendencia preocupante
del declive de las reservas hídricas. La
sed de justicia que también se dejaba sentir en los ciudadanos y en las
conciencias de los gobernantes, al reconocer que esta Comunidad Autónoma era la
peor financiada de España.
No obstante, el frío polar obligaba a Los Dalton Buidaolles a
abrigarse y, en algunos casos, a cubrir sus testas, cuando se dirigían al extrarradio
en la parte norte de la Ciudad; al Bar-Restaurante “Les Tendes” , en la avenida del Mar, 59, de Almácera. Una
localidad que se encuentra rodeada de huerta cultivada en un 72%, aunque tan
solo el 5% de su población permanezca ocupada en el sector agrícola.
Les Tendes
es una alquería que se encuentra a menos de un kilómetro del núcleo de
población, en plena huerta. Sus propietarios han querido conservar la
estructura de la típica casa huertana con tienda – de ahí su nombre - o almacén
hortofrutícola, en un establecimiento con dos ambientes: por un lado el bar en
lo que se supone fue, en su día, la vivienda, y por otra el restaurante, en lo
que debió ser el almacén de frutos recolectados. Sin embargo, la austeridad de
los típicos techos de vigas de madera, se ha intentado cubrir con un
trampantojo que imita a la obra de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, eso sí,
solo se trata de una fotografía en un lienzo tensado, pero que le proporciona
cierto toque de distinción y glamour. Todo ello rompiendo estilos, y combinando
las antigüedades de aperos de labranza e instrumentos de uso tradicional, con aparatos
tan actuales como las consolas de aire acondicionado o ventiladores.
Como si se tratara de una aparición mariana, asombrados quedaban
algunos Buidaolles al contemplar tal mezcolanza en un local, que más se parecía
a un museo de artes y costumbres populares que a un bar. ¿O tal vez era el
miedo que imponía esta cabeza de morlaco a pesar de estar disecada? No en vano,
había sido colocada estratégicamente junto a la salida de emergencia, por si
alguien al verla se indisponía del susto y se veía abocado a salir corriendo a
desahogarse en plena huerta, por seguir manteniendo la costumbre tradicional de
hacerlo al aire libre.
Este
establecimiento, ha sido premiado – al igual que Marvi y Cent Duros, visitados
en ocasiones anteriores – con “El Cacau d’or” en su tercera edición, en la que
se les reconoce como mejores almuerzos de la Comunidad Valenciana. En su carta
podemos encontrar una gran variedad de bocadillos, entre los que destacamos algunos
muy representativos de la dieta mediterránea; como es el caso de este tan sano
de tomate, cebolla y pimientos; o este otro de lomo con alcachofas. No podíamos olvidarnos de algo tan típico en la zona como es la calabaza asada.
También
se detectó por la mayoría de los Buidaolles, que el alcohol del cremaet que
aquí se ofrece, no está tan quemado como el de otros locales. Tal vez por
tratarse de una zona de clientes huertanos, a quienes la costumbre les lleva a empezar
la mañana con ese calor que esta bebida proporciona, para soportar el frío y
húmedo viento que suele soplar en la planicie, cuando el trabajo no está
cercano al cobijo de edificación alguna.
Todos
parecían coincidir también en que, a pesar de que en Les Tendes se da un buen
precio, no es de los mejores establecimientos donde se puede degustar el esmorzaret.
Posiblemente sea más “el ruido que las
nueces”. Sin embargo, hay que reconocer que el premio es merecido por el
hecho de conservar el local como hace cien años: con sus techos, sus paredes,
su solería… y todo aquello que sirve para rememorar la grandeza de una tierra
que tanto bien le aportó a la zona y de la que una parte importante de la
Península se abasteció.
Este
viernes, no se sabe si por el efecto relajante del cremaet o por la cercanía
del puente de la Constitución, parecía que las aguas estaban más calmadas; al
menos nadie se alteraba demasiado en la tertulia, en la que fundamentalmente se
volvió a hablar de música: de la de hoy y de la de ayer, de los ritmos que nos
excitaban y de las canciones “moñas” que entonces nos enamoraban. Todo ello en
una buena sintonía y sin olvidar uno de los mejores ejercicios: la risa, esa
terapia que te recupera y, por unos momentos, hace que desconectes de todo tipo
de preocupaciones y afrontes la realidad con más optimismo.
José
González Fernández