domingo, 2 de abril de 2017

Bar Hermanos Haro (El Cabañal-Cañamelar) 31-03-2017

¿Qué tendrá ese distrito de los Poblados Marítimos que una y otra vez les hace volver a Los Dalton Buidaolles? Este último día del mes de marzo iban a ser reincidentes en el mítico barrio de El Cabañal-Cañamelar. Tal vez por su sabor a pueblo, por su aroma a mar, por su belleza anárquica y decadente o, simplemente, por sus tascas; en las que almorzar es comer para todo el día.

En la calle Las Columbretes, 23, está el Bar Hermanos Haro, donde podemos encontrar de todo, menos, paradójicamente, a los Hermanos Haro. En realidad, ellos ya no son los dueños del negocio, lo traspasaron a Roberto, - actual propietario - quien ha querido mantener el nombre para no despistar a la clientela. El bar es un pequeño local de unos veinte metros
cuadrados, pero que cuenta con una amplia terraza ocupando todo el ancho de una calle peatonal. Sin embargo, cuando llegaron los Buidaolles, todas las mesas estaban ocupadas y fueron ubicados en un local anexo un tanto especial. Roberto, - un interesante personaje a quien más adelante mencionaremos – encontró una rápida solución, y les instaló nada menos que en un casal fallero. Ese local que alberga trofeos, ninot… y todos los útiles necesarios para los eventos de la comisión fallera de las calles aledañas.


Una comisión fallera es una agrupación de personas que patrocinan una falla y que tiene una vigencia anual. Se disuelve siempre después de la cremà, y se vuelve a constituir otra de nuevo, en la que se nombran los nuevos cargos; quienes serán los responsables de la organización de festejos y actividades que se realizarán durante todo el año: verbenas, teatro, recaudación de dinero para el coste del monumento fallero, etc. Su estructura es muy jerarquizada: presidente, vicepresidente, tesorero, secretario y jefes de área.  El casal es el ecosistema donde se mueve todo lo concerniente a la comisión de la falla; sede social y local de reuniones y actos lúdicos.

En ese espacio tan selecto para quienes viven de lleno cada año la aventura de contribuir con el arte efímero, con la fiesta, con la pasión, con el recuerdo, con la nostalgia… en uno de esos templos sagrados, colocó Roberto a los Buidaolles. ¿Pero quién es Roberto?  Roberto es el dueño del negocio, el cocinero, el camarero, el encargado de las relaciones públicas… todo en uno. Un personaje, pequeño, calvo y regordete, que se ríe de su propia sombra y comparte su ocurrente humor con todo el que le rodea. Con sólo darle pie en cualquier tema, él es capaz de hacer un monólogo cargado de sutileza irónica e improvisación. Porque Roberto improvisa no sólo en su circunloquio humorístico, también en las situaciones que el día a día le presenta su trabajo de hostelería. En el momento en que le preguntaron los Dalton por los productos que había para almorzar, él contestó:

-          No os preocupéis os voy a poner de todo. Sólo decirme la bebida, de lo demás ya me encargo yo.

…Y en efecto, Roberto puso de todo: bocadillos de
longanizas, de morcilla, de jamón, de carne de caballo con huevos… y unas deliciosas anchoas del Cantábrico. Además, con el café, también sacó pasteles. Todo ello al módico precio de 6,50 €. Nunca, en ningún sitio, habían recibido tanto – comida, bebida, buen trato, entretenimiento, etc. – por tan poco dinero.

Como en todas las reuniones de Los Dalton Buidaolles, también ese día hubo tertulia, y los temas tratados estuvieron relacionados con la música; seguidores y detractores de determinados cantantes que han aportado algo y otros que, a pesar de su fama, no han llegado a contribuir en nada a esta sagrada y compartida afición. También se discutió sobre tauromaquia; con la opinión de los protectores de los animales, - que lo entienden como una crueldad - contraria a quienes defienden el toreo: como un arte, como un negocio… y preconizan la pervivencia del mismo para que no se extinga la especie del toro bravo.

Sin embargo, estos debates quedaron eclipsados cuando llegó, como un torrente, Roberto, identificando a los Buidaolles con el Club de los Calvos, - al que él mismo se unía en la parodia – o cuando enlazaba con las preguntas de éstos y sobre su definición de los gordos.


El humor: la mejor energía para cargar las pilas, el mejor antídoto contra la depresión. Una manera de enjuiciar las situaciones con cierto distanciamiento ingenioso y burlón, producto de la comicidad, que consigue hacer reír a la gente y que, por un momento, se olviden de las preocupaciones, sin llegar a coincidir plenamente con el pensamiento de Nietzsche: “El hombre sufre tan terriblemente en el mundo, que se ha visto obligado a inventar la risa”.

José González Fernández